Dec 162013
 

encabezado Urbimetria_2 En la línea de recuperar las publicaciones del pasado año, publicamos hoy un artículo del Nº1 de la Revista Ubimetría, revista del Instituto de Investigación de Arquitectura (IIA) de la UMSS de Cochabamba.

El artículo quiere plantear cómo en las escuelas de arquitectura, la investigación, primero sobre el patrimonio y luego sobre sostenibilidad, han respondido a las emergencias culturales de cada momento para la construcción de la ciudad y el territorio. En paralelo, en el proyecto, y por tanto en la Arquitectura, las mesas de trabajo se han complejizado para dar respuesta a un contexto cada vez más amplio y dinámico. Actualmente y como consecuencia de las preguntas anteriores (patrimonio y sostenibilidad), surgen nuevas emergencias y conceptos contemporáneos desde los que trabajar en el proyecto de arquitectura para la construcción de la ciudad, por ejemplo, un concepto renovado de salud urbana o el concepto de austeridad, más apropiado para estos tiempos que algunos de índole exclusivamente economicista.

El artículo quiere poner sobre la mesa algunas investigaciones que el grupo de investigación TEP-238 IN-GENTES (ingentes.es), está desarrollando en el Máster de “Ciudad y Arquitectura sostenibles” (MCAS) y en el Máster de “Arquitectura y Patrimonio”, ambos de la Universidad de Sevilla (MARPH).

Revista:

UBIMETRÍA, nº1, “Sostenibilidad Urbana” UMSS, IIACH, Cochabamba (publicado con fecha de diciembre del 2012)

Artículo:

NUEVAS EMERGENCIAS CONTEMPORÁNEAS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD Y EL TERRITORIO

Luz Fernández-Valderrama Aparicio
Profesor Titular del Departamento de Proyectos Arquitectónicos
Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad de Sevilla, España.

PALABRAS CLAVE

Emergencias, sostenibilidad, patrimonio, austeridad, salud.

NUEVAS EMERGENCIAS CONTEMPORÁNEAS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD Y EL TERRITORIO

1. INTRODUCCIÓN

Cada época tiene su estilo de estar insatisfecha del mundo. Cada insatisfacción consciente respecto al mundo encierra el germen de una cultura

(Sloterdijck 2001: 65).

El espacio educativo tiene que dar voz y visibilidad a las insatisfacciones de cada momento. Es solo desde ahí donde podemos construir lo que la sociedad requiere y necesita en cada momento. La universidad tienen un modo específico de transparentar las emergencias culturales de cada momento a través de sus programas académicos, sobre todo los dedicados al postgrado, menos condicionado por circunstancias disciplinares, más abiertos a la realidad de ese momento. La investigación es una manera de “estar despierto”, de construir “una forma de vigilia” como enuncia Miguel Morey en la introducción al libro Diferencia y repetición (Deleuze), una manera de responder a las preguntas reales en el momento adecuado, armando y habilitando a docentes y alumnos (procesos que se dan en paralelo ya que estas cuestiones no les pertenecen ni a unos ni a otros, son cuestiones que pertenecen al aula como espacio generador de una cultura y de un lenguaje). Nuestro deber y nuestra posibilidad es construir esa conciencia contemporánea y dejar constancia de ella en nuestras aulas e investigaciones. Esta es una de las riquezas y de los regalos de la docencia.

Las culturas se construyen a través de determinadas “palabras llave”, conceptos que emergen y sintetizan las insurrecciones de cada momento. En la escuela de Arquitectura de Sevilla, primero fue el concepto de patrimonio, concepto que centró los debates académicos emergiendo como cuestión central para organizar determinados programas de postgrado, doctorado y luego másteres académicos.
Con el concepto de patrimonio surgía la certeza de ya no era posible pensarnos sin todo aquello que nuestro pasado nos legaba .

Más tarde, en el curso académico 2005-06, la ETSAS propone un nuevo programa de Doctorado denominado “Ciudades y Arquitectura Sostenible”. En la anualidad siguiente, fue transformado en máster académico, denominándose “Máster en Ciudad y Arquitectura Sostenibles”. Estos diferentes programas de postgrado no hacían otra cosa que transparentar que en ese momento eran los conceptos ligados a aquello que denominábamos como “sostenibilidad”, lo que emergía como problema y posibilidad para dar la respuesta necesaria en ese momento a la construcción de la Ciudad y del Territorio. Fue el concepto de sostenibilidad el que comenzó a imponer las nuevas constricciones al proyecto de arquitectura y a la construcción de la ciudad, trabajando sobre las restricciones primeras que la problemática denominada “patrimonio” había ya demandado.

Recordando unas palabras de Juan Herreros, catedrático de la ETSAM en el contexto académico pero a la vez amable de la lectura de una Tesis Doctoral, enunciaba con claridad la complejidad cambiante de cada época: “al principio no podíamos trabajar en el centro de la ciudad porque había un resto histórico y ahora no vamos a poder trabajar en la M40 porque hay un árbol”. Lo paradójico es que ahora será necesario volver a trabajar junto al resto arqueológico, como opción más clara desde el punto de vista de la sostenibilidad, dentro de esa lógica de que “la ciudad sea cada vez más ciudad y el campo cada vez más campo” como defiende Salvador Rueda, ecólogo y Director de la Agencia de Ecología urbana de Barcelona. Estrategias que ahora se demuestran compatibles ya que ambos conceptos, patrimonio y sostenibilidad, han producido un acercamiento progresivo y se aproximan cada vez más en nuestro presente. Somos ya muchos los que manejamos un concepto de patrimonio que es más ecológico que monumental, y a la vez una idea de sostenibilidad que está mucho más cerca de la idea de “sustentabilidad” que significa “usar muchas veces”. Sobre esto quisiéramos detenernos un poco más.

En el ámbito patrimonial es recurrente el uso de la frase “poner en valor” como una muletilla que a veces se utiliza sin saber qué significa. Es necesario repensar qué puede significar este eslogan para no vaciar nuestros discursos. Los conceptos de valor, costo y precio nos aclaran esta cierta simetría entre un patrimonio ecológico y la “sustentabilidad”, esta vez de la mano de la socio-ecología:

De acuerdo con los principios de la economía clásica, una cosa tiene valor en función de los usos que de ella se esperan, y una cosa cuesta en función de su rareza. Así el pan vale mucho porque es –o era- la base de nuestro sustento, pero cuesta poco, porque la harina es abundante y, por ello, relativamente barata: si escaseara la harina, el pan valdría lo mismo, pero costaría más, lo que ha ocurrido en multitud de ocasiones a lo largo de la historia.
(…) Los problemas ambientales tienen mucho que ver con todo ello. El aire, el agua, el suelo, el espacio, el paisaje, la diversidad fáunica y florística son bienes abundantes y, por consiguiente, de coste escaso, incluso nulo. Además, durante largo tiempo ni siquiera sabíamos ver en ellos valor alguno, dado que desconocíamos muchos de los mecanismos ecológicos que erigen a tales elementos en eslabones imprescindibles de la cadena que mantiene la viabilidad del planeta.
(…) Para disponer de muchas cosas que no valen lo que cuestan, estamos destruyendo recursos que todavía no cuestan lo que valen. Pero lo costarán y muy pronto (Folch 1999: 82).

Estas palabras escritas en 1999 han llegado a quedar ya antiguas después de más de diez años, porque nos encontramos en ese futuro que ya se anticipaba y es obvio que desde nuestro presente, sí somos todos capaces de saber lo que vale el agua, el aire y en general todos los ecosistemas.

Poner “en valor” una obra considerada “patrimonial” sería, siguiendo las palabras de Folch, poder usarla muchas veces, reutilizarla en nuestro presente, no perdiendo los valores legados desde el pasado, pero incorporándolo a nuestro ciclo vital. Son muchas las acciones patrimoniales recuperadas para el presente desde este sentido.

Frente a esta idea de patrimonio ecológico, tal vez en demasiadas ocasiones se identifica patrimonio con la inclusión de estos bienes como mercancía cultural, incorporándolos a una lógica de mercado que en muchas ocasiones lo que consigue es banalizarlos y vaciarlos de contenido. A esta inclusión del patrimonio en las lógicas mercantiles la hemos denominado, en las diferentes publicaciones al respecto, como razón tematizadora, para dar cuenta de los procesos a través de los cuales la ciudad global o una parte de la misma son convertidos en destino turístico: “En este sentido, entendemos por razón tematizadora aquella que no encuentra, consciente o inconscientemente, otra salida que el entendimiento unilateral del patrimonio como recurso, vinculándolo con crecimiento económico, y, sólo ocasionalmente, relacionándolo con la sociedad”. De estas inercias hay que huir en el proceso de recuperación de nuestra herencia. Es a esta problemática a la que nos referimos cuando hablamos de patrimonio vacío (Rubio, Fernández-Valderrama 2010).

Respecto al término sostenibilidad también habría que aclarar algunas cuestiones previas. Es curioso que el máster en el que impartimos docencia partió en su ingenuidad con un error de base, al enunciar la problemática y elegir el título de “Arquitectura y ciudad sostenibles”: la sostenibilidad no es un adjetivo ni menos una caracterización que pudiera acompañar a términos como la ciudad o la arquitectura, que, por definición, nunca pueden ser sostenibles aunque sí aproximarse, en sus estrategias, hacia una mayor sostenibilidad del sistema. Hablar de sostenibilidad tiene mucho más que ver con explicar la ecuación que transparenta la necesaria compensaciones entre capital natural y el artificial (Ct=Cn+Cm+Ch+Ci) y requiere hablar no solo de cambio climático y tecnologías, sino de ecosistemas, de cambios en los modos de vida y en el entendimiento de la misma. Para nuestra disciplina debe suponer el cambio y reinvención de las reglas del juego sobre las que se entiende hoy lo que es arquitectura y por tanto lo que se produzca como tal.

2. PROYECTO, PATRIMONIO Y SOSTENIBILIDAD: UNA IDEA AMPLIADA DE CONTEXTO

Con la aparición de las investigaciones sobre lo que hemos denominado patrimonio y con todo lo que creemos que abarca el concepto de sostenibilidad, en el proyecto se ha producido, inevitablemente, cambios que van unidos a la complejización de la mesa de trabajo. Tanto, que ya podríamos decir que el proyecto apenas está ya en las mesas de trabajo: difícilmente podrá desde ahora definirse desde una mesa decidiendo en ella las constricciones elegidas sino que esta nueva realidad aprendida nos obliga a salir fuera, a escuchar a otros a negociar y compartir agendas y sólo para decidir la información inicial que el proyecto va a empezar a gestionar.

Esta ampliación de límites no es nueva. En la modernidad, la mayoría utilizaba el término “racionalismo” para expresar las nuevas estrategias que querían inaugurarse, pero es lógico pensar que los autores de esas historias se debatieran entre múltiples palabras que abanderaran sus principios. Uno de ellos fue el término “poli-dimensionalidad”, acuñado por algunos arquitectos para explicar los cambios en la disciplina, concepto que explicaba tal vez mucho mejor que otros, qué es lo que estaba sucediendo desde el punto de vista del proyecto. Terragni y autores coetáneos como Cattaneo, hablaban de la “poli-dimensionalidad” como un nuevo método de trabajo en el que ya no era sólo el objeto, sus fachadas y plantas, sino una complejidad mucho mayor que el proyecto debía incorporar incluyendo factores medioambientales y psicológicos (Fernández-Valderrama 2004: 182). Se había ampliado el contexto del proyecto.

Con el concepto de patrimonio y su aparición como investigación en el siglo XX, el contexto del proyecto de nuevo se ha ampliado: ya no es solo “un edificio”, sino el entorno donde se ubica, el modo de vida de sus habitantes, la herencia, la memoria… El concepto mismo de patrimonio ha ido extendiendo sus propios límites y abarcando cada vez más realidades, las materiales, primero; las contextuales, luego, y las inmateriales después: es patrimonio no solo el edificio, sino el contexto y posiblemente toda aquella construcción o construcciones inmateriales que lo construían. Una expresión de esto son algunas recientes caracterizaciones del término patrimonial a determinadas expresiones artísticas o populares: ya se considera patrimonio la voz, la fiesta, la música…

En estos últimos años ha sido el concepto de sostenibilidad el que ha vuelto a imponer unos nuevos límites para el campo de acción del proyecto de Arquitectura. Más allá de los nuevos límites que amplió el concepto de patrimonio, aparecen ahora, también como materia del proyecto de arquitectura, el conjunto de ecosistemas en los que se enmarca la vida del edificio como una realidad a la que hay que atender, tener en cuenta. Por otro lado el edificio es mucho más que un conjunto de materialidades asociadas y de inmateriales organizados: el proyecto se hace eco de multitud de flujos e intercambios, de energías, de información, de recursos y residuos, que además es posible evaluar, desde sus orígenes o en sus recorridos últimos.

Empezamos de esta manera a pensar los edificios, por ejemplo como “dispositivos de intercambio energético”, siendo, por un lado, la energía, cualquier energía, uno de los nuevos campos de acción del proyecto.

Pero ver la arquitectura desde esta óptica es solo atender una de las capas de información que opera en esta nueva complejidad. Sería solo una de la caras de los problemas que aporta el campo de la “sostenibilidad”, aquel que tiene que ver con el cambio climático, cuestión que tal vez sea la menos importante en esta situación de emergencias, aunque efectivamente sí es la más útil para el mercado del capitalismo, en la cual ha encontrado un nuevo negocio y por lo tanto un nuevo modo de supervivencia. En la otra cara de la moneda de las problemáticas que vienen de la mano de eso que hemos denominado como sostenibilidad, aparecerían los ecosistemas, que son la verdadera urgencia que nos presenta el momento presente. Energías y ecosistemas nos permitirían ver el proyecto como dispositivo, como prototipo de intercambio de información, de organización de la vida, no solo de la vida del hombre, sino de la Vida en mayúsculas. El proyecto con este panorama alcanza niveles de lo macro, de las organizaciones estratégicas de las cosas, y a la vez de lo micro, de las múltiples realidades participantes en el sistema. Podríamos hablar de muchos ejemplos proyectuales que empiezan a manejar lo micro (las bacterias o microorganismos, por ejemplo, como material del proyecto de arquitectura).

Con este proyecto, desde este punto de vista, se inaugura una nueva acción sobre la realidad. La verdadera acción ya no tiene que ver solo con nosotros, como agentes de “un mundo” con unas lógicas construidas por una determinada cultura. Y empezamos ahora a entender que tal vez nuestras lógicas anteriores no han sido las más adecuadas y que ya no es “nuestro mundo” lo importante, sino la Tierra, eso que estaba antes que nosotros y seguirá estando después de nosotros.

Como siempre, Sloterdijk nos lo explica con gran claridad:

es evidente que la tierra no podrá seguir soportando durante mucho tiempo lo que parecía soportar hasta ahora. Su definición de theatrum cosmopoliticum la desborda. Sus funciones históricas —campamento de base para el éxodo histórico, fuente de material de construcción y combustible, escenario y objeto de contiendas geopolíticas- no serán, en un futuro previsible, compartibles con su pervivencia. Así pues, una verdadera poshistoria empezaría eximiendo a la tierra de las funciones destructivas históricamente adquiridas. Huelga decir que éstas son los conceptos de la Tierra que tienen las llamadas altas culturas, cuya altura suele medirse por la magnitud de su rechazo del estado de simbiosis con la Tierra. No es casualidad que el cosmopolitismo sea el criterio de la alta cultura que triunfa; y lo que es menos aún el que la palabra cosmopolita, ciudadano del mundo, fuera en un principio un profético chiste cínico que se convertiría en algo históricamente muy serio. Ahora los llamados ciudadanos del mundo casi no viven ya en la Tierra: son habitantes del país llamado complejidad, viajeros de la clase Grande-Vitesse, presurosos huéspedes transeúntes <>.
El de ciudadano de la Tierra sería, por el contrario, la actitud del que ve en el planeta algo más que un escenario indiferente para la representación de “nuestra” obra, en la que actuamos como sujetos de las grandes promesas y justificaciones: redención, autorrealización y ahorro de tiempo. Con razón la lengua alemana ha reservado la palabra “Erdenbürger”, ciudadanos de la Tierra, a los recién nacidos, como para distinguir el único momento de la vida del individuo en el que se le concede un soplo de superioridad sobre el mundo histórico. Y no deja de ser significativo que fuera un astronauta, Edgar Mitchell (“el sexto hombre en pisar la luna”) quien dio un nuevo valor a la palabra al describir las emociones de los que regresan del espacio: “vuelves con la sensación de no ser ciudadano de los EUA, sino ciudadano de la Tierra”. Si pudiera hacer realmente una era “poshistórica”, su comienzo sería indisociable de la salida de la Tierra de sus bambalinas históricas, de la pérdida de su condición de materia prima y de la adquisición de la categoría de objeto de la preocupación humana… Con ello cambian todas las premisas del drama histórico. Lo que era escenario se convierte en tema de la acción. Lo que servía de telón de fondo pasa a primer término. Lo que se presentaba como materia prima se trueca en producto. Lo que era escena es ahora la obra en sí… Ya desde ahora puede decirse que la “historia del mundo” como proyecto inscrito en el tiempo para la ejecución de misiones espirituales y morales con transfondos naturales y físicos, es una idea agotada… Para nosotros, la Tierra ha dejado de ser el infatigable y paciente “apoyo y protección” que casi todas las generaciones pasadas vieron en ella.
(…) Sólo podrá sobrevivir gracias a un nuevo gesto constructivo, realizado por los seres humanos que hayan comprendido que la protección del escenario es el argumento de la obra.

Es la Vida, en general, en la que el hombre es solo un coprotagonista más, la verdadera protagonista de la acción proyectual contemporánea. El proyecto se vuelve más que nunca escenario de la vida, nunca objeto ni objetivo.

Esto requiere un acto primero necesario, empezar a pensarnos como hijos de la Tierra, más que como hijos del Mundo. Sólo así sería posible ese nuevo gesto constructivo, que nos permita construir, como hijos de la tierra, de la Madre Tierra unas nuevas lógicas y con ellas, inaugurar la técnica necesaria, las tecnologías que posibiliten una nueva realidad.

La acción realmente necesaria desde nuestra docencia (y desde nuestra vida diaria) es un verdadero cambio en el punto de vista. No es posible construir una nueva realidad si no hacemos este esfuerzo conceptual. En este sentido, en el grupo de investigación nos hemos visto en la obligación de construir eso que hemos denominado como “nuevo cuadro de mandos conceptual” que nos ayude a construir las nuevas bases para una nueva acción. Es necesario empezar a pensar qué pueden significar, como hijos de la tierra, conceptos que creíamos aprendidos como hijos del mundo. Pensar por ejemplo qué es el tiempo frente a la duración (esa medida del tiempo sin tiempo que nos recuerda las vacaciones de niños), o qué es la vida, la no vida o la muerte (que nos permita por ejemplo pensar con el tiempo de los árboles, con cien años por delante). Pensar en la noche y el día (y por qué no aceptamos que la noche sea noche), o en lo invisible, los invisibles del proyecto. Sobre todas estas cuestiones se han centrado muchos de los debates iniciales en la docencia del máster de sostenibilidad.

Todo cambio de óptica requiere la construcción de nuevos marcos de referencia o nuevos cuadros de mandos desde os que construir otras realidades. Pero este no es el único nuevo punto de vista posible.

El cambio de óptica que propone Sloterdijk es heredero de la vieja idea de Heidegger sobre el enraizamiento, con el que se refiere a ese modo de entender a los seres humanos como seres cuya verdadera naturaleza es el enraizamiento en la tierra. Según esta idea, la única solución del hombre para una estabilidad con el medio sería la necesaria reinstauración de esa relación. Muy diferente de lo que argumentaba Ortega, según el cual es precisamente el extrañamiento en vez del enraizamiento lo que realmente definía al hombre en su relación con la naturaleza (Rubio 1997).

Ortega defiende que somos seres “extraños” y es precisamente la “incomodidad” constante con el medio lo que nos obliga a reinventarnos y por tanto inaugurar una determinada técnica. Ésta es la herencia que recoge Georg Simmel cuando habla del extraño, aquel que aprende el arte de adaptación de una manera más minuciosa, aunque más penosa que la gente que se siente con derecho de pertenencia y en paz con su entorno, o Richard Sennet, con la propuesta de “El extranjero”, el único que puede convertirse en verdadero artesano del medio ambiente, ya que se siente extranjero de un lugar que no podemos dominar como propio: “tan grandes son los cambios que se requieren para modificar los acuerdos a los que llega la humanidad con el mundo físico, que únicamente esa sensación de auto-desplazamiento y extrañeza puede impulsar las prácticas reales de cambio y la reducción de nuestros deseos de consumo” (Sennet 2009: 25).

Tanto una actitud como otra requieren un cambio de óptica y por tanto la reinvención de nuevos valores o patrones desde los que construir la realidad y desde donde hacer consciente la técnica que inaugura nuestra relación con el mundo.

3. LOS SISTEMAS DE PRODUCCIÓN

Cuando comenzábamos estas investigaciones en el seno de lo que fue primero un curso de doctorado, convertido luego en máster, nos gustaba enunciar que pertenecíamos a una época pre-sostenible, más que post-industrial, acogiéndonos a la tesis de Sloterdijck basada en la ineludible atadura que plantea cualquier “post” que nos ata definitivamente a aquello de lo cual queremos salir (Sloterdijk 2001).

Varios años después pensamos que, por el contrario, debemos incidir en que efectivamente seguimos en una época postindustrial, conscientes de que solo analizando sus proposiciones y consecuencias, lograremos salir de ella hasta poder construir el cambio de óptica demandado (tal vez necesitamos un tiempo de aleccionamiento, un tiempo de recordar antes de mutar a una nueva fase).

La revolución industrial construyó un sistema de producción en base a dos variables, el tiempo y el dinero: construir con el menor costo en el menor tiempo posible. Muy pocas variable y demasiado simples en su interrelación. No fueron nunca sin embargo variables de la ecuación otras, como podrían haber sido los recursos, la energía que se necesitaba y la que se producía, cómo transformar la que se perdía, los residuos, la cantidad de materia prima entrante o sobrante, o el conjunto de ecosistemas implicados o afectados y en qué proporción, o que proceso de recuperación de los mismos se plantearía en paralelo.

Algunos autores ya están trabajando en este sentido:

Pensemos en la tarea de diseño retroactivo que aplicamos a Revolución Industrial (…). Si tuviéramos que mirar de modo similar a la industria bajo la influencia del movimiento de la eco-eficiencia, obtendríamos algo parecido a lo siguiente:
Diséñese un sistema industrial que:

● Libere al aire, al agua ya la tierra, anualmente, menos kilos de residuos tóxicos.
● Mida la prosperidad por la menos actividad.
● Cumpla con las estipulaciones de miles de complejas regulaciones para evitar que las personas y los sistemas naturales sean envenenados demasiado rápidamente.
● Produzca menos materias tan peligrosas que requieran una vigilancia constante por parte de las futuras generaciones (…)
● Resulte en la producción menos cantidad de basura inútil.
● Entierre en vertederos por todo el planeta menores cantidades de materias valiosas que jamás podrán ser recuperadas (Braungart 2005: 57).

Son estas premisas las que nos llevan a pensar que una de las investigaciones más urgentes de la contemporaneidad es aquella que se centre en los procesos de producción. Este debe ser además el eje central de la producción del proyecto de arquitectura, definir en cada proyecto cuáles son las variables de la ecuación a las diferentes escalas, y con ellas los problemas, los interlocutores y las agendas de trabajo. Es una urgencia de la contemporaneidad redefinir los nuevos sistemas de producción en base a otras variables, muchas más en número que aquellas sobre las que se construyó el aparato tecnológico de la revolución industrial y mucho más complejas e interconectadas que aquellas.

Hagamos una anotación concreta al respecto: siendo el tiempo una de las variables incuestionables con la que se construyó todo el sistema productivo de la Revolución Industrial, y más que el tiempo, la aceleración del mismo, es decir, la velocidad, no es extraño que unas de las claves asociadas a este nuevo intento de producción de un nuevo orden y de unas nuevas lógicas sean por ejemplo la “lentitud”, asociada a todo el movimiento slow, en el que se incluyen las slow cities.

4. UN NUEVO PROYECTO DE ARQUITECTURA

El proyecto de arquitectura contemporáneo empieza por definir precisamente las variables de cada ecuación.

En este contexto, el proyecto ya no es lo que era. La capacidad del proyecto tiene mucho más que ver con diseñar escenarios complejos y heterodoxos o con crear marcos en el que los acuerdos sean posibles y fiables. Por otro lado, en todo el proceso aparece una capacidad-necesidad de transparencia constante, más que del proceso, de la información: hacer un proyecto es, sobre todo, ordenar la información de una manera diferente.

Todo proyecto consiste en seleccionar situaciones problemáticas, detectando las emergencias (necesidades, posibilidades) o las insurrecciones contemporáneas de cada momento, de cada situación o de cada realidad. Cuando algo se nos revela de la realidad, cuando surge una “insurrección de la materia” hemos encontrado gran parte del inicio de un proyecto, un camino de oportunidad para la creatividad.

El papel del arquitecto por otro lado tiene mucho más que ver con dar la voz a otros que con decidir. Se inaugura una nueva capacidad para construir que consiste en encontrar acuerdos y agendas compartidas. El proceso de trabajo es un proceso colectivo de seguimiento, de análisis y de restitución.

“La arquitectura ha dejado de ser un princesa” enunciaba ya hace unos años José María Torres Nadal en su blog personal “y bajándose de su pedestal ha descubierto un mundo mucho más interesante que el que allí creía haber construido”. Esta nueva situación nos ayuda por un lado a recuperar el papel social que en otras época ha tenido la arquitectura y como la otra cara de la moneda aparecen nuevas e interesantísimas situaciones en las que vamos a poder mostrar los resultados como léxicos, herramientas, visiones y procedimientos nuevos para lo arquitectónico, con desarrollos basados en la proyección relacional de la arquitectura y de la sostenibilidad, más que su proyección objetual que ya ha dejado de tener interés.

Los proyectos tienen la oportunidad además de desvelar realidades y manifestar problemas e incongruencias de la realidad. Gran parte del esfuerzo de la arquitectura está encaminado a mostrar los problemas o incongruencias de la realidad. Las propuestas que trabajan desde las premisas postuladas por la sostenibilidad —o denominadas así aunque ya hayamos hablado de que la sostenibilidad nunca puede utilizarse como un adjetivo— deberían contribuir a desvelar o a traducir las verdaderas consecuencias de la construcción y de las demás acciones del hombre.

Por otro lado, el proyecto es más que nunca un proceso: una secuencia que va desde el inicio y definición de las claves de trabajo, pasando por el proceso de construcción que es preciso secuenciar atendiendo a nuevas importantes variables (no sólo a la economía de los medios y a la velocidad de la ejecución como hemos visto, sino con aquellas que tienen que ver con por la vida ,o con el uso y disfrute del edificio), hasta la definición última de la misma muerte del edificio, estudiada en plazos y definida en su proceso de demolición, desmontaje o transformación. Vuelve a ser importante la definición de conceptos previos (cuadro de mandos para un nuevo proyecto) como vida-muerte-no vida y tal vez no-muerte (reciclaje) del edificio.

La arquitectura se sitúa desde el proyecto en un proceso, en un “territorio-calendario”, en una existencia con fecha de caducidad a veces previsible. Arquitectura como un estado intermedio permanente donde no importa solo “el día de la inauguración”, sino el proceso de construcción, su uso y su proceso de demolición o transformación, en la que ninguna actuación deja de incorporar lo existente.

5. OTRAS EMERGENCIAS CONTEMPORÁNEAS

Nuestro contexto europeo está produciendo grandes procesos de revisión de los contenidos docentes y los valores sobre los que estos se construyen. Conscientes de las limitaciones contemporáneas de nuestros sistemas de producción, en un momento en el que ya no es necesario producir mucho más, urge la revisión de lo que hay de una manera nueva enfocada a lo más emergente (en el doble sentido del termino “emergencia” porque urge y porque emerge).

Esta época, como tantas otras épocas de revisión de valores, se caracteriza por ser épocas de reflexibilidad, de necesaria producción en un sentido no necesariamente tendente al aumento de la producción en sí, sino a la búsqueda de otras soluciones con los medios al alcance de nuestras sociedades. Gran parte de nuestra dedicación, tanto como profesores universitarios, como por la faceta profesional que cada uno pueda desarrollar, va a estar encauzada en este nuevo tiempo, más que a la producción, tal y como la hemos entendido hasta ahora, a la revisión de lo producido, de las claves existentes y la invención, o redefinición, de nuevas claves desde las que operar: la redefinición de lo producido, las razones y los métodos que cualifiquen una nueva acción mucho más precisa, mesurada y por tanto más austera.

Surge desde aquí el término austeridad, concepto que nos parece más apropiado para definir la situación actual ya que evita un pensamiento exclusivamente economicista. Desde estas lógicas estamos abordando investigaciones sobre la rehabilitación o el mejoramiento de barrios, acción en el contexto europeo más pertinente que la construcción nueva.

Nos encontramos ahora repensando teorías de los urbanistas de los años setenta como por ejemplo Urbanismo y austeridad de Campos Venuti (Campos Venuti 1981) que proponía una austeridad para la ciudad y el territorio basada en lo que él llama las cinco salvaguardias: salvaguardia pública (uso público, aspecto colectivo de la vida cotidiana), salvaguardia social (que pretende la permanencia en los barrios de sus habitantes), salvaguardia productiva (contra la expulsión de la industria, para el equilibrio residencia-trabajo), salvaguardia ambiental (memoria colectiva de la ciudad, memoria histórica y bienes naturales) y salvaguardia programática (desde la que se propone un nuevo modo de trabajar en el territorio).

Es en este ámbito de trabajo sobre la rehabilitación de barrios en el que aparece el concepto de salud como emergencia contemporánea a la que prestar especial atención desde el proyecto. Y nos referimos a un nuevo concepto de salud, que va más allá de lo patológico, que no se centra en la vivienda, a la que parece habérsele dedicado toda la atención desde este aspecto y que incluye, por ejemplo, necesariamente lo social, lo relacional, como garantía de establecimiento de este equilibrio. Las escalas de trabajo que se abren como oportunidad de reflexión y como material de proyecto son múltiples: van desde el territorio a la ciudad, pasando por la revisión del espacio público, los equipamientos necesarios (posiblemente otros) hasta la vivienda, estudiada no sólo como espacio, ni desde el cuerpo, sino también como “atmósfera”, como aire que es preciso diseñar: “Air Desing” (Sloterdijk 2003). Reflexiones desde lo macro a lo micro que abren un amplio marco para el proyecto contemporáneo y para nuevas investigaciones en el marco de nuestras universidades.

Se sugiere una arquitectura inmaterial en un doble sentido: arquitectura sin peso, como modalidad muy particular de una arquitectura ecoeficiente, y arquitectura posibilitante de lo inmaterial (relacional). Ahí encuentra sus límites la disciplina. Pero el programa no se agota con una actitud de autolimitación que deviene humildad ante y con el proyecto, algo bien distinto de la capacidad que ha tenido cierta arquitectura contemporánea para crear los programas y los discursos destinados a concretar (materializar) los flujos financieros internacionales o los proyectos destinados a acelerar la competencia entre ciudades, pues la disciplina dispone del potencial de la invención. (Fernández-Valderrama 2009: 74).

Sobre estas cuestiones que denominamos como arquitecturas inmateriales, seguimos investigando, inventariando respuestas desde el proyecto que tienen que ver tanto con la estrategia de algunas obras construidas, como con una nueva ocasión para el proyecto de arquitectura, y por tanto para sus profesionales, que tiene que ver con el trabajo con la información. Sobre esto habrá que profundizar mucho más.

Estos conceptos y estrategias asociadas han sido abordadas por el grupo de investigación TEP-238, IN-GENTES en una línea denominada como “Arquitectura y salud”, línea que posteriormente ha dado lugar a la constitución de un grupo de cooperación denominado como “Arquitectura, Territorio y Salud” (ArTeS).

En el marco de esta línea de investigación se ha producido el proyecto de “Rehabilitación integral de barrios en centros históricos: Sevilla-Málaga-Valparaíso-Cochabamba” que ha sido objeto de una financiación del Ministerio de Asuntos exteriores, o el proyecto denominado como “Vivienda y entornos saludables. Un modelo para la rehabilitación de barrios: Cochabamba”, proyectos necesariamente inter-disciplinar, diseñado desde el entrecruzamiento entre la Arquitectura, la Geografía (humana) y las ciencias de la Salud.

6. URGENCIAS DESDE LA PROFESIÓN Y LA DOCENCIA

Si algo nos ocupa especialmente en estos momentos es redefinir nuestras profesiones, no solo las que competen a los sistemas de producción, como la Arquitectura, el Urbanismo o la Construcción, ya que el momento contemporáneo nos obliga a redefinir a qué nos dedicamos y por qué, tanto desde nuestros contextos académicos como profesionales.

Lynda Gratton, en el libro Prepárate: el futuro del trabajo ya está aquí (Gratton 2012), reflexiona sobre dos cuestiones que nos parecen ahora fundamentales poner sobre la mesa, teniendo en cuenta la tarea y responsabilidad formativa a la que nos enfrentamos como profesores universitarios. La primera de ellas alude necesariamente a la realidad cultural y socioeconómica a la que nos enfrentamos, sobre todo en el contexto europeo, en el que parece como si ya no fueran útiles los modelos profesionales a los que se enfrenta el mercado generando un nuevo marco en el que la solución más creativa sería aquella que ve, efectiva y afectivamente, una posibilidad y oportunidad para que construyamos una ocupación que nos permita, en primer lugar y como algo prioritario, realizarnos. Algo de lo que nunca deberíamos habernos olvidado, surge, gracias a esta situación de reinvención total, como una oportunidad del presente. Con ello, el presente nos regala la oportunidad para inventar nuestro futuro .

En segundo lugar, y como reflexión de este mismo libro, la autora denuncia que una cierta amoralidad ha ocupado inevitablemente, en épocas anteriores, la docencia en nuestras universidades. Creemos que realmente es así, tal vez en épocas no muy lejanas, hemos hecho hincapié en determinadas cuestiones que ahora se revelan de una cierta intrascendencia. Frente a las urgencias que nos presenta esta realidad inminente, aparecen aquellas como problemáticas tal vez demasiado ensimismadas en la propia profesión, un ensimismamiento académico y disciplinar que nos llevó a formular discursos demasiado internos, demasiado alejados de los problemas reales, de la realidad con toda su crudeza y también con sus oportunidades: la realidad se nos ha estado continuamente revelando, demandando soluciones creativas en el contacto con la gente, los problemas, las sociedades y sus necesidades. No ha sido hasta que la profesión en sí se ha convertido en un problema cuando la disciplina misma parece ahora haberse problematizado al presentarse obsoleta. Es entonces cuando hemos tenido que despertar y pensar en aquello que nunca debíamos haber abandonado: cuáles son los valores sobre los que se fundamenta la docencia, los discursos académicos y las investigaciones que construyen el contenido de los diferentes programas docentes.

Pensar ahora, desde nuestras universidades, en temas como la sostenibilidad, no debería ser nuevo aunque ahora se revele como una emergencia contemporánea a la que hay que necesariamente hay que dar respuesta. Pensar sobre la sostenibilidad o sustentabilidad no es otra cosa que recuperar unos primitivos valores de la arquitectura, que en la mayoría de los ámbitos académicos había torpemente perdido. Una cierta inteligencia en cuanto a su relación con los ecosistemas, con el medio y con la Vida, de la que formamos parte, en su sentido más amplio.

Estamos en esta situación, en la definición de los nuevos valores que responden a la insatisfacción contemporánea. Tenemos en nuestras manos la tarea de pensar y construir nuevos conceptos y valores sobre los que se deben construir nuestra cultura, y como consecuencia, los que deben sostener nuestra docencia. Valores con los que debemos trabajar en la contemporaneidad, como por ejemplo el concepto de austeridad o el concepto de salud. Trabajar con un concepto, aprendiendo de Deleuze y Guattari (Deleuze 1991) significa construirlo desde nuestro presente, acercándonos a ellos con novedad, con la mirada nueva que se acerca siempre el artista, mostrando lo que esconden para nosotros ahora, en este momento y aquí, en este contexto.

En este marco de trabajo conjunto esperamos seguir pensando y trabajando sobre el presente y futuro de nuestras ciudades y de nuestras universidades, en el contenido y objetivo de nuestra docencia. Es decir, en el proyecto más importante que es pensar y construir nuestro futuro, luchando activamente contra la “ausencia de un proyecto de futuro” que es lo nos somete a la tiranía del presente provocada por la ausencia de una necesaria “ambición colectiva” (Innerarity 2009: 15). Alimentar esta ambición colectiva es lo que nos anima a escribir y a investigar. Tenemos una gran tarea, no la desaprovechemos.

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