Apr 202010
 

2º Post dela Ciudad Viva: Publicado el 26 de Marzo de 2010.

Empezamos con este post una serie dedicada a las terapias domésticas y urbanas. Es obligado para ello, al igual que en toda práctica clínica, realizar un diagnóstico previo. Aprovechemos éste, para acercarnos al concepto de salud urbana que empieza a usarse con bastante asiduidad. La necesidad de aclarar estos términos procede de los requerimientos normativos que empiezan a imponerse desde la administración: en octubre del 2009 por ejemplo, aparecía una noticia en prensa: “Los planes industriales y urbanísticos deberán evaluar su impacto en salud: La salud pública está dejando de ser invisible, el anteproyecto de Ley de Salud Pública prevé la introducción de herramientas de valoración para los grandes proyectos…”[1] Por otro lado, empieza a existir foros y concursos centrados en la “salud urbana” e incluso hay un día mundial de la salud urbana.

El problema es aclarar el concepto de salud, de salud urbana, qué parámetros se analizan y con cuales se trabaja ya que en muchas ocasiones, se actúa con parámetros que tienen más que ver con el concepto higienista de salud construido en el s.XIX, de modo que las acciones se limitan, sobre todo a los flujos (peatonalizar vías, eliminar coches), es decir, movilidad o infraestructuras o se limitan a la incorporación de datos estadísticos en los proyectos. En realidad, muchas de las estrategias que abanderan esa acción no han incorporado nada nuevo más allá de las lógicas higienistas iniciadas tras los cambios en la salud pública que originó la revolución industrial

Un primer diagnóstico

La Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), en su Carta Constitucional (1948), definió el concepto de salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no simplemente la ausencia de enfermedad. Esto tiene importantes consecuencias, entre otras, la salud tiene mucho más que ver con la propia percepción de la calidad de vida que con determinadas afecciones o discapacidades. El concepto de calidad de vida es más amplio que el de salud personal, ya que entran en consideración además el bienestar social y otros componentes.

En cierto modo, si la salud no tiene que ver con la enfermedad, hemos de poner de manifiesto una cierta crisis de lo que sería la calidad del habitat social, una expresión que parece más adecuada que calidad de vida, mucho más relacionada con las posiciones tecnocráticas basadas en indicadores. El verdadero problema es la ausencia de un verdadero espacio relacional que nos construya: el exceso de individuación, de extrañamiento y de aislamiento provoca un espacio público en el que difícilmente nos relacionamos y por tanto no nos construimos desde esa relación. Frente a esto, habría que responder a algunos problemas como por ejemplo cómo establecerse fuera de la toxicidad de las metrópolis sin “irse al campo”; sin recurrir al triturador psiquiátrico ni a los medicamentos. La respuesta tal vez venga de lo social al plantearnos “cómo vivir juntos sin aplastarnos mutuamente” (en el IVAM actualmente tiene lugar la exposición “Malas Calles”). El punto de partida puede ser el intento de construir la experiencia del compartir, por ejemplo pensando cómo compartir nuestras necesidades, que no son aquellas a las que nos han acostumbrado los dispositivos capitalistas, ya que las subjetividades metropolitanas solamente experimentan caprichos.

Para encontrar los orígenes de la ausencia o desaparición del espacio relacional (del un posible y futuro espacio público saludable) podemos acudir al S.XIX en el que esta desaparición aparece ligada precisamente a la idea de salud instaurada y a las políticas que la llevaron a cabo. En el siglo XIX, el problema de la salud adquiere una perspectiva radicalmente distinta a épocas anteriores: no se trata ya de asegurar la salud de la población ante las epidemias sino de conseguirla adecuadamente cada día, en lo cotidiano. El objetivo es una población sana que se ponga a trabajar, que trabajen todos aquellos que puedan hacerlo, de donde “habrá que vigilar todo lo que pueda propiciar las enfermedades en general. Se tratará entonces, sobre todo en las ciudades, del aire, la aireación, la ventilación, cosas ligadas como es sabido a la teoría de los mismos, y habrá toda una política de un nuevo equipamiento, un nuevo espacio urbano que se ordenará y subordinará a principios y preocupaciones de la salud: amplitud de las calles, dispersión de los elementos susceptibles de producir miasmas y envenenar la atmósfera, las carnicerías, los mataderos, los cementerios. Toda una política, por ende, del espacio urbano ligado al problema de la sanidad”[2]Esa población sana, bien alimentada y a resguardo de la enfermedad, no ha de estar ociosa. Se pretende eliminar la ociosidad, hacer trabajar a todos los que estén en condiciones de hacerlo. Pero lo ambicioso del supera el objetivo mismo del trabajo como puro trabajo: se trata de producir bien puesto que se trabaja bien, de modo también se regulan y reglamentan los oficios. Finalmente, se prioriza el espacio de la circulación como objeto principal de la policía aunque su objeto no es sólo permitir la circulación de hombres y mercancías sino la circulación misma.

Algunos parámetros para la construcción de la salud urbana y entornos saludables

En ese contexto de reorganización de la ciudad, territorios como el barrio y los espacios intermedios adquieren unos nuevos potenciales como lugares del tiempo lento para el desenvolvimiento del capital relacional. “Es objetivo afirmar que buena parte de este espacio que llamamos público, está fuera de control, y que el planeamiento que regenera o simplemente genera nuevo espacio público sigue a la deriva. Haría falta un plan del suelo público que toque toda la ciudad. Aunque el suelo es un bien escaso, la práctica urbanística de las últimas décadas no parece tener excesivo cuidado en ello. Es llamativo que las ciudades estén llenas de espacios absurdos, residuales, de lugares no ocupados, de un enorme valor a veces, que no tienen función, ni uso, ni emoción, ni nada por lo que apreciarlos. Existen kilómetros de calles y espacios de los llamados públicos de nula utilidad, mientras en paralelo, se sigue produciendo de manera acrítica e incuestionada más viario y, paradójicamente, más espacio libre público. Calles y callejones sin función, accidentes y geometrías con alineaciones poco útiles, suelo vacante degradado, desniveles y escalones entre espacios contiguos, exceso de suelo libre incualificable, desorden en la ordenación del suelo, falta de continuidades, precariedad de los espacios verdes y del arbolado…., son asuntos que sólo la reurbanización no puede abordar”[3].

Pero también hay soluciones que vienen referidos a la relación cuerpo/tiempo: construir los territorios de la desaceleración y de la ausencia del ruido de fondo producto del doble impacto de infraestructuras y máquinas. Probablemente anuncian la confluencia de espacios públicos, cuerpos y sociabilidad relacional en escalas distintas de las actuales geografías de la tematización[4].

Una primera conclusión es de orden negativo: la función del urbanismo no es asumir el deber de edificar el medio psíquico requerido por el aparato del mercado. Muy al contrario, esta ontología de la incertidumbre dominante puede ser base de un proyectar el territorio, la ciudad, la vivienda y los equipamientos como lugares de acogimiento.

Se abren a la vista todas las escalas:

El territorio, como lugar de planificación al margen de la transcendentalidad de lo económico monopolio autónomo de la producción de sentido, donde lo esencial consiste en conferir al estado de cosas en vigor una inquebrantable objetividad, y una visión del mundo fundado sobre el postulado del asentimiento de lo que es.

La ciudad como tramado de lugares donde se especifica la [indefinible] buena arquitectura y se desaloja como horizonte la ciudad genérica y tematizada. Este hecho implica la rehabilitación de lo existente pero, en muchos casos, no se puede hablar de rehabilitación urbana cuando nunca han existido cualidades urbanas. No hay por tanto un trabajo pendiente de rehabilitación urbana sino de habilitación propiamente dicha, para dotar a nuestra ciudad de características que inviten al disfrute de la vida urbana, trabajando sobre lo tan mal construido, con tanta complicidad y permisividad, durante los últimos sesenta años.

Los espacios de conexión e intermedios. La calidad del hábitat urbano dependerá en las próximas décadas de la capacidad profesional para superar la idea de espacio público como puro lugar de tránsito, de paseo o de ocupación privatizada. También de su pura ideologización como supuesto lugar de la fiesta[5], del espectáculo o de la tematización. Se abren nuevas categorías de lo público que no vendrán a coincidir directamente ni abiertamente con las actuales categorías jurídicas ni con la idea de lo abierto a todos.

Equipamientos: Solventado el equipamiento básico se trata de comenzar el desarrollo de los nuevos equipamientos a partir del conocimiento de los deseos de los ciudadanos. No nos estamos refiriendo a equipamientos gestionados por categorías concretas de expertos sino directamente a una nueva generación gestionada directamente por los ciudadanos. Lugares de lo relacional, donde potencialmente podemos esperar que surja la re-invención de lo social. La implicación completa de la ciudadanía es fundamental. Hay que reinventar el sistema de planificación participativa, algo que es más que participación y consulta, es cooperación, algo que siempre reduce tensiones, pero que tampoco se esconde tras la formula de la gobernanza.

Hábitat social: Los lugares de la calidad del hábitat social como resultado de un invertir el papel de la población para pasar a entenderla como sociedad, eliminando su condición de demanda interferida por algunos agentes económicos. No se trata de acudir a las técnicas de segmentación de mercados de modo que sean posibles productos a la carta. Lo que se abre directamente es la investigación sobre el significado y los contenidos de la calidad del hábitat social.

La vivienda: como lugar producido por una investigación continuada ad hoc de los requerimiento del cuerpo y, parcialmente, lo relacional. No parece posible, tal y como viene siendo habitual, continuar avanzando por la vía del descenso de las dimensiones de las viviendas partiendo de justificaciones del tipo joven = escasos requerimientos espaciales (dimensiones superficiales). Esta es una de las más profundas regresiones actuales que desvirtúa todo un proceso histórico en el cual el sentido ha sido justamente el contrario. Sin embargo, la cuestión de la vivienda no se reduce a un asunto de superficies. El espacio por otro lado ya es otro: El nuevo concepto de salud urbana debería repensar el concepto de salud contemporánea y del espacio contemporáneo, que ya no puede ser definido en dos o tres dimensiones (en metros cuadrados o metros cúbicos), sino que el espacio contemporáneo pensamos que tiene más que ver con el diseño del aire -air desing[6]- por lo que tiene que ver más con lo atmosférico: calidad del aire, cantidad de oxígeno, cantidad de ozono, renovación del CO2, ventilación del aire, humedad, iluminación (natural o artificial)… condiciones más fisiológicas que espaciales, que tienen que ver con la persona- con su cuerpo como ente fisiológico (una nueva definición del espacio del confort)- más que con un espacio cartesiano diseñado sólo para el ojo.

Se sugiere una arquitectura inmaterial en un doble sentido: arquitectura sin peso, como modalidad muy particular de una arquitectura ecoeficiente y atmosférica , y arquitectura posibilitante de lo inmaterial (relacional). Ahí encuentra sus límites la disciplina. Pero el programa no se agota con una actitud de autolimitación que deviene humildad ante y con el proyecto, algo bien distinto de la capacidad que ha tenido cierta arquitectura contemporánea para crear los programas y los discursos destinados a concretar (materializar) los flujos financieros internacionales o los proyectos destinados a acelerar la competencia entre ciudades, pues la disciplina dispone del potencial de la invención.

[1] Titulares de noticia en el Diario de Sevilla, Miércoles 4 de Noviembre del 2009

[2] Foucault, M., 2008(2004): Seguridad, territorio y población, Akal editores, Madrid.pag 311

[3]Reinoso, R., 2.008., Topografías del paraíso: la construcción de la ciudad de Málaga entre 1897 y 1959. Edita Colegio de Arquitectos de Málaga, Málaga.

[4] Esperamos pronto poder presentar una nueva terapia denominada “Sendas serenas. Conventos de Apertura”, por Sergio Rodríguez.

[5] Fdz.Valderrama Aparicio Luz, Reinoso Bellido Rafael, Rubio Diaz Alfredo,: ”Transformaciones en la Relación Entre lo Doméstico y lo Público”. Neutra. Revista de Arquitectura. Vol. 1. Núm. 16. 2007. Pag. 52-57.

[6]Sloterdijk, Peter: “Air-conditioning”,en Temblores de Aire, Madrid. Siruela, 2004, también en Esferas II Madrid. Siruela, 2005. Sloterdijk, Peter /Heinrichs, H; : “Mar, aire y air conditioning” en El sol y la muerte. Madrid. Siruela, 2004.