6º Post de la Ciudad viva: publicado el 24 de Mayo de 2010.
Continuamos con la experiencia del andar. La deriva situacionista vive desde hace algunos años una aparente buena salud. Sus epígonos inundan ciertas prácticas de la arquitectura, del arte, de la geografía. Parece servir tanto para conocer un territorio como para abrir una experiencia artística o, también, para restituir en la Geografía el contacto perdido con el territorio, ahora siempre intermediado en sus prácticas por alguna representación. No las enumeraremos aquí y aún menos las entenderemos como experiencias renovadoras. La deriva como andar experimental se ha vuelto aparentemente imposible. El tiempo dirá si es capaz de contener alguna renovación. Un cierre.
La deriva se abre si se vincula con nuevas prácticas del andar relacionadas con la salud. Claro es que no nos referimos, como dejamos claro en el texto anterior, con el andar terapéutico que nos propone la nueva bioascesis dominante, una disciplina rigurosa postmoderna como parte del culto al cuerpo. Vigilancia permanente sobre uno mismo. Somatización de la vida. Cuerpo mercancía para la competencia con otros cuerpos. Nuestro cuerpo para la mirada. Lucha por conseguir una apariencia adecuada. Como cualquier otra mercancía en el lineal del hipermercado o en el escaparate del comercio de lujo. Cuerpo competitivo sometido al ciclo de producto. Intentos de subversión de esas leyes mediante las técnicas del rejuvenecimiento. Una carrera alocada sin futuro. El resultado será siempre un cuerpo sano y competitivo con un alma rota –sabemos que no siempre.
La atmósfera del dudoso “ciudadano” urbano actual ha sido perfectamente dibujada por algunos sociólogos poco dados al cantar las excelencias de lo que nos es dado para vivir. Algunos filósofos anónimos se han referido a los que viajan agotados en el metro tras la representación obligada de cada día. Los que viajan en el autobús urbano o en el coche. El agotamiento de la representación de cada día. Ausencia de alegría, carencia de afectos.
“La catástrofe presente es un mundo convertido activamente en inhabitable. Una especie de estrago metódico sobre todo lo que quedaba visible en relación entre los humanos y sus mundos “nos instalamos en una ambigüedad oportunista” (Anónimo: Llamamiento y otros, 2.009: 52) El capitalismo declara obsoleto todo aquello que va a destruir y, también cuando afirma la puesta en valor de algo, que también será destruido en su ser. “Las técnicas políticas del capitalismo consisten, sobre todo, en destruir los lazos mediante los que un grupo encuentra los medios de producir, en un mismo movimiento, tanto las condiciones de su subsistencia como las de su existencia. Es decir, separar las comunidades humanas de la infinidad de cosas, piedras y metales, plantas, árboles de mil usos, dioses djins, animales salvajes o domésticos, medicinas y sustancias psicoactivas, amuletos, máquinas y todo el resto de seres en compañía de los cuales los seres humanos constituyen mundos” (Anónimo: Llamamiento y otros.., 2.009: 52) . Las metrópolis son “punto de concentración máxima de esas técnicas políticas del capitalismo” (Anónimo: Llamamiento y otros, 2.009: 53). Todo esta hecho para que el ser humano se relacione solamente consigo mismo.
Pero no excluimos el paseo en solitario. Aquel que tiene la potencia de la reflexión; que nos enseña a ver; que crea una cartografía única donde se depositan los escondites posibles. Los propios de cada uno, como si volviéramos a ser niños que manejan otro espacio. Nos lo han explicado perfectamente Martín Heidegger y Walter Benjamin: el camino como meditación sobre el tiempo o, mucho mejor, los tiempos que rodean al nuestro. Berlín como escenario urbano para desaprender.
La ciudad viva, la real, obliga al funambulismo. Como si se tratara de una dialéctica insuperable. Todo transcurre entre el yo y los otros. Puro funambulismo, equilibrio imposible, aunque practicable y agónico. Un ángel siniestro vestido de ejecutivo gobierna las cuerdas. Traza los recorridos.
Woman Town dice: “la razón de mi cercanía con lo que dicen es que hablan desde una herida. La herida como algo previo, desde lo que trabajar sobre lo político, y no al revés, como algo que se da antes de lo ideológico, lo discursivo o lo teórico” (Anónimo: Llamamiento y otros, 2.009: 183).
Esta idea remite a un asunto fundamental y determinante: no nos incorporamos o seguimos en el enunciar otras posibilidades, que insurreccionan lo que es, sino a partir del dolor que nos produce lo que nos rodea y atraviesa. Dolor de una herida abierta antídoto del tedio paralizante. El tedio es una forma de irse del mundo y la decisión, como instante crítico de la libertad, es precisamente que el ser-ahí se abre a si mismo y al mundo, lo que le permite escapar al encantamiento paralizante del tedio. De ahí la filosofía como renacer como volver nuevamente al mundo. Del yecto (primer nacimiento) al pro-yecto (segundo nacimiento y, muy probablemente, los nacimientos sucesivos, después del finalizar algo (una forma de muerte) que abre un volver a comenzar.
Ahora el origen es mucho mas profundo: es algo existencial que se expresa como temor a no poder ser, aunque no en el sentido del “poder o no poder ser yo mismo” y del “querer ser yo mismo”. La superación efectiva de esa trampa, que es la herida. La herida borra la economía como aquello que nos piensa y sin lo que no cabe pensamiento. Al borrar economía también desaparece su par aparente: la sociedad, aunque el asunto es mas complejo. En ese sentido, la herida no es luminosa pero proporciona luz, aunque también argumentos para consignar la tristeza. Sentirse herido es inesperado. Tampoco se puede pensar: el dolor se siente, se experimenta y esta encarnado. La experiencia del sentirse herido es lo que posibilita el acceso al dolor de todos (los otros).
Funambulismo urbano, representado a través de los collages de Lorenzo Saval que conduce a los otros. El poeta puede llegar a escribir sobre su amor a cualquier cosa en la soledad asfixiante de las ciudades, como sucedió con uno de los participantes de las caminatas:
Ahora sólo siento tú vacío.
Recuerdo tú cuerpo y sus estrías
cuando te acariciaba mi deseo
y el hambre de ti.
Te abría lentamente,
pensando tus jugos y sabores.
Esperaba, paciente,
que adquirieras el calor necesario
depositada en aquel lecho de acero y frialdad.
Ahora, nada, allí yaces agotada,
vacía,
lata de fabada litoral.
Pero la conclusión que produce salud es aquella que pretende aumentar el capital relacional. Ir a ver con otros, aprender a ver, descubrir aquello que no es velado. Así el funambulista hará dos recorridos: el primero acompañado de un guía que le enseña, en tiempos de ausencia de maestros, y con cuarenta o cincuenta compañeros de recorrido. Juntos encuentran nuevos escondites colectivos. El segundo, en solitario, antes de que salga el sol, y con su cámara. La ciudad resultante será poética, como todo aquello que supera la razón instrumental. Lo escribe: “agradezco a quien me dio los ojos para ver. Ahora ve cosas distintas de las que me fueron enseñadas”. Manuel ha caminado por la ciudad en ese momento extraño, también una frontera, en que todo para disponerse para ser el escenario del “bloom”: los escaparates encendidos enseñan a nadie sus mercancías; el pequeño bar se dispone a servir cientos de desayunos; la calle difusa y dominada por amarillos desvaídos. Un coche. Una mujer aún levantada o, tal vez, recién levantada observa los productos de la vitrina del bar. ¡Acción!