Realizamos la presente entrada con motivo de la reciente publicación del artículo escrito por el investigador de INGENTES Alfredo Rubio en el número 4 de la Revista de Estudios Urbanos y Ciencias Sociales URBS.
Alfredo Rubio “La dérive. Contra lo impuesto”, URBS. Revista de Estudios Urbanos y Ciencias Sociales. Volumen 4, número 1, páginas 21-39. ISSN: 2014-2714. hdgh
A continuación tenéis el texto completo del artículo y en el siguiente enlace podéis descargar el mismo en PDF
Resumen.
En este trabajo se indaga sobre el proceso de ideación y concreción de la deriva, como instrumental de la Internacional Letrista y, más tarde, de la Internacional Situacionista. La deriva es una práctica, a su modo normalizada, que posee una genealogía y supone un proceso. A fines de los años cincuenta, la IS pareció haber agotado como tal este instrumento y dejado en un segundo plano su preocupación anterior por el urbanismo. Proponemos que su continuidad, más allá de la ortodoxia de la IS, estuvo representada por los trabajos de Constant (Nueva Babilonia). Finalmente, ante la ausencia de posicionamientos críticos respecto de ese procedimiento, asumido como tal y, en ocasiones, tergiversado, se analizan algunos de sus contenidos más significativos, los déficits que se detectan, se intenta precisar sus límites y, en cierto modo, su incapacidad para ser aplicado actualmente en sus condiciones primeras de formulación. Se propone el uso de la expresión neoderiva para los usos adaptados actuales.
Palabras clave. Deriva; calle; cuerpo; neoderiva.
Introducción:
La Internacional Situacionista (IS) y las trayectorias posteriores de los que fueron sus miembros siguen siendo lugar de controversias. La acumulación de textos sobre estas cuestiones supera actualmente la capacidad de cualquier investigador aislado. En cierto sentido, el asunto sigue basculando en torno a la dirección de la mirada respecto de la propia de los “situacionistas” y la controvertida relación entre arte y política. Tampoco se puede ignorar la necesaria acotación del papel de G. Debord en el proceso seguida por la IS.
En un temprano trabajo, M. Perniola (1972) expuso una solución que me parece metodológicamente correcta y respetuosa con lo sucedido: en su opinión, la IS se reduce a los textos y obras producidas como tal grupo. Esto significa comprender tanto la naturaleza de un grupo como la propia de cada grupo concreto. En el primer sentido, dar cuenta de la dinámica interna de los mismos, del papel asumido por un cierto marco de referencia, de la sujeción a reglas autootorgadas; en cierto modo, lo propio de la construcción de una ortodoxia y de su ruptura (la disidencia). Nos referimos a una red de relaciones (oposiciones, correlaciones, interacciones y transversalidades) lógicas que vinculan a sus integrantes, como si se tratara de los elementos de un sistema, en una totalidad que les proporciona legalidad interna. Por otra parte, comprender con este acotamiento la IS sitúa en el plano que le corresponde la dimensión procesual y colectiva de su trabajo. En este sentido, hemos de aclarar que este texto transciende la temporalidad de la IS, hay un antes y un después, sin que por ello busquemos usar ni fundamentar teleología alguna. Por tanto, y la temática obliga, no todo lo que se intenta analizar ni lo que se dice es lo propio de la ortodoxia de la IS. Más aún cuando, como es bien conocido, en el umbral de los años sesenta el urbanismo dejó aparentemente de ser lugar central de las reflexiones propias de la IS, sustituido por la teoría crítica de la sociedad.
Por otra parte, algo desconocido y hasta desconcertante ha permitido no solo que la deriva permanezca en una cierta actualidad sino que, incluso, esta se acreciente en el contexto de la celebración y el expolio de los distintos productos de la Internacional Letrista (IL). Ese es el sentido exacto con que abordamos la deriva: su éxito es el indicador mismo de su fracaso, y lo señalamos como crítica a su uso indebido y, a la vez, imposible como instrumental.
La deriva no es expresamente un viaje, ni un paseo, al menos en el sentido clásico. Tampoco es exactamente una práctica que suministre „información‟ para el proyecto, ni un recurso didáctico. El necesario trabajo de campo de urbanistas, geógrafos, antropólogos y arquitectos no requiere la vestimenta del derivar. Sin embargo hoy la deriva o la neoderiva, ante el cierre de lo que provisionalmente llamaremos „espacio público‟ (Rubio, 2012, pp. 91-98), es más necesaria que nunca. Un nomadeo mas allá y como resistencia ante la ciudad diluida, cercada, fragmentada, vigilada, tematizada… ¿Paradojas?
Creo que la deriva es una práctica, a su modo normalizada por letristas y situacionistas, pero, a la vez, también considero que posee una genealogía y, como todas ellas, un recorrido procesual, que no un origen en el sentido de la historia académica. La deriva parece más un acontecimiento, una apertura que ocurre necesaria e inequívocamente cuando surgió la posibilidad del recorrido urbano. La deriva como paseo o tránsito aleatorio requería un algo previo: la ciudad moderna.
Tengo la sensación de que ese acontecimiento que llamamos ciudad moderna fue también fundamentalmente un acontecimiento parisino. París llegó a ser la ciudad moderna, asunto muy importante pues, hasta cierto punto, desvincula ciudad de industrialización para ahondar la posibilidad de entender lo urbano más allá de los acontecimientos provocados por los acoplamientos de las máquinas entre sí y con los sistemas productivos1. Lo moderno es la ciudad cuando ha quedado disuelta su posibilidad como soporte físico de la democracia y emerge la muchedumbre como algo nuevo. Al inaugurar el vagabundeo observante, Ch. Baudelaire certificó la existencia efectiva de la ciudad moderna.
El proceso de disolución de la calle por el espacio público
¿Emergió o casi se disolvió la calle en la ciudad moderna? En principio la calle era el espacio adecuado para obtener la sincronía. Lo resultante será la expresión visible de una invisible capacidad configuradora y organizadora del Estado. Lo visible que contiene un otro invisible que es la causa última del ritmo y sus modalidades (Lefebvre, 1992, 2004). Se puede pensar la calle que no pertenece a nadie (Perec, 2003, p. 80) o, por el contrario, que es un bien del común que viene siendo expropiado.
Las calles eran el canal de propagación de todos los desórdenes, de los contagios que amenazaban la salud pública y moral de la población. En ese sentido tiene dos caras, ya que “simboliza a la vez el peligro y el poder” (Douglas, 1991, p. 106). Controlar la calle implica hacer frente a una doble exterioridad: como espacio de tránsito y como espacio poroso. Se trata, en fin, de que el espacio exterior se vuelva interior (Pardo, 1992, p. 228). La calle, ahora más bien el espacio público, es lugar del orden, pero este, literalmente, pende de un fino hilo, como la mayoría de los asuntos sociales, lo que explica desbordes cotidianos continuos en forma de desórdenes, invasiones, ocupaciones, arritmias, desin-cronías, ucronías (la fiesta, parcialmente).
El problema que apareció era el de quitar de la calle los gérmenes de caos, eliminar cualquier tipo de potencial desorganizador, convertirla en otro espacio de confinamiento. Un proyecto complejo que incluía otros procesos: hacer visible transparente la relación origen-destino eliminando todo aquello que pudiera ser un estorbo mediante el dominio de lo euclidiano que posibilita una circulación transparente y no perturba la exhibición de los diversos tipos de mercancías (las objetuales y las personales). El objetivo, incluidos los aspectos relativos al orden público y la prevención de la insurgencia, era construir un espacio para la comunicación, la exhibición, el intercambio y las infraestructuras.
A lo largo del siglo XIX, en aquel París que emergía como lugar de lo moderno, artistas, periodistas, fotógrafos y novelistas trataron de dar cuenta de lo que venía sucediendo. Los bohemios conquistaron áreas de la ciudad que se quería centro del mundo. Todos ellos se insertaron en esa dinámica y, como se ha dicho, formaron una corriente común con dadaístas, surrealistas, letristas, situacionistas y, pronto, aunque algo más tarde, el mundo académico. La calle será sustituida progresivamente por el espacio público, a la vez lugar de lo reglamentado y producto de lo reglamentado. Letristas y situacionistas asistieron, tras la II Guerra Mundial y durante la década de los años cincuenta, a una transformación decisiva de Francia y de París. En cierta medida fueron testigos muy conscientes de los últimos momentos y vestigios de la calle. Nos aburrimos en la ciudad, escribió Guilles Ivain (seudónimo de Ivan Chtcheglov), que había elaborado un texto titulado “Formulaire por un urbanisme Nouveau” (1953), publicado bastante más tarde en el primer número de Internationale Situationniste (1958), y solo salimos de ese tedio mediante la hilaridad que nos suscitan ciertos carteles y rótulos2.
Ante todo eso, en trance de desaparecer la calle, los integrantes de la IL y, más tarde, los que formaron parte de la IS, decidieron un uso tergiversador. Un caminar otro en sendas y recorridos impropios en el interior de la trama; con otro tiempo, distinto de aquel que venimos a denominar abstracto en cuanto que desaloja otros tiempos propios de la experiencia individual y colectiva. Probablemente sea la más importante contribución de la deriva: la aspiración inconsciente de calle mas allá de la posibilidad de la nostalgia de algo inexistente.
La construcción ‘situacionista’ de la deriva y sus claves posibles. Defensa del nómada
Es generalizado el uso literal del párrafo que encabeza el artículo de Debord titulado “Teoría de la Deriva” (1956)3, donde se dice lo siguiente: “entre los procedimientos situacionistas, la deriva se presenta como una técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos. El concepto de deriva esta ligado indisolublemente al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo que la opone en todos los aspectos a las nociones clásicas de viaje y de paseo” (Debord, 1958, p. 50).
La deriva requiere prioritariamente el medio urbano, es decir, “los centros de posibilidad y significación que son las grandes ciudades transformadas por la industria”. Los recorridos no urbanos, rurales o campestres, tal como sucedió a los surrealistas en la célebre excursión de 1923, se saldan con el fracaso: “el vagar en campo raso es deprimente, evidentemente, y las interrupciones del azar son más pobres que nunca” (Debord, 1958, p. 51).
Pueden realizarse según escalas: la gran ciudad y sus afueras, el barrio y hasta una manzana. Pero, “en el límite extremo” está la deriva estática. Por tanto, no hay duda alguna de que se presentan dos modalidades de deriva. La dinámica responderá a los contenidos de la definición, pero la segunda apenas se configura: “en el límite extremo está la deriva estática de una jornada sin salir de la estación de Saint Lazare” (Debord, 1958, p. 52).
En cierto modo, estas dos formas parecen responder a la dualidad de objetivos: hay una deriva de contenido lúdico (de las emociones desconcertantes, del juego…) y otra que pretende literalmente el estudio del territorio. Debord tiene buen cuidado en dar cuenta de las interferencias habituales que se producen entre ambas. La segunda entendemos que, por lo general, ocurrirá en un espacio previamente fijado, e implica lo que llama “el establecimiento de bases de partida y el cálculo de las direcciones de penetración” (Debord, 1958, p. 52). Se establecen las bases a partir de „mapas corrientes‟, ecológicos y psicogeográficos. En este sentido, no estamos ante una actividad puramente aleatoria guiada por el azar.
Que la deriva está ya formalizada más allá de lo puramente aleatorio se expresa en las bases „urbanísticas‟ a las que alude Debord: los trabajos de Chombart de Lauwe y su equipo en París (1952 y 1956), e indirectamente, los iniciales de la Escuela de Chicago. En realidad, se trata de la definitiva recepción francesa de la Ecología humana a través de Chombart4. No parece que G. Debord ni ninguno de los integrantes de la IS leyeran en su tiempo directamente algunos de los artículos y libros de referencia de la Escuela y, menos aún, teniendo en cuenta su condición autodidacta, los que se habían publicado desde entonces hasta fines de los años cincuenta. Por esta razón, los fundamentos del acceso científico son precarios y parecen dar lugar, siguiendo el esquema de zonas concéntricas de Burgess5, a las unidades ambientales, cuando aquellas no lo son exactamente.
De todos modos, hay alguna referencia que denota la comprensión de estar en las fases iniciales del „invento psicogeográfico‟ y de la deriva que explora el territorio con la pretensión de conocerlo. De ahí que, respecto del azar, expresamente se considera que cada vez tendrá una incidencia menor, a medida que se asiente la psicogeografía (Debord, 1958, p. 50). En esa línea, la deriva es un acto consciente y organizado (parcialmente planificado). Expresamente, la deriva progresará en función de los avances de ciertas disciplinas, en especial de la psicogeografía. Por tanto, no está acabada. De hecho, la reproducción del texto en 1958 finaliza con un “continuará”.
Los resultados de la deriva serán: “los primeros cuadros de las articulaciones psicogeográficas de una ciudad moderna” (Debord, 1958, p. 53), su localización, los ejes de tráfico principales, sus salidas y sus defensas. “Se llega así a la hipótesis central de la existencia de placas psicogeográficas giratorias” (Debord, 1958, p. 53).
He señalado la relación del paseo y sus distintas modalidades con el surgimiento de la ciudad moderna. Allí se entrelazan ciertos antecedentes. En gran medida, la lenta construcción de la deriva se puede reflejar mediante una cartografía conceptual donde se representa el complejo proceso de convergencia de una relativa cantidad de movimientos y grupos hasta la constitución de la Internacional Situacionista en 1957. Estos movimientos y grupos, y sus miembros, convergen y divergen con suma rapidez, pero en general contienen un patrón de componentes críticos: la superación del arte y la crítica de Dadá y Surrealismo; la crítica al movimiento moderno (Funcionalismo/Le Corbusier y Bauhaus); el alcance del arte y de los artistas y la crítica de la vida cotidiana, que provendrá, a lo largo del proceso, de la Fenomenología (la Lebenswelt)6 que en aquel contexto se concretó en la disponibilidad del trabajo pionero de H. Lefebvre (1946) y, de los menos conocidos y citados, sobre la vida cotidiana de las familias obreras de P. H. Chombart de Lauwe (1956). Sin embargo, como se verá, la mencionada confluencia añadió bien poco a lo ya elaborado por los letristas.
El vagabundeo fue también ejercicio por el deseo. Sin embargo, el antecedente sustantivo ocurrió hacia las quince horas del 14 de abril de 1921 en Saint Julien-le-Pauvre. Los dadaístas pusieron fecha a un proyecto que sigue teniendo pertinencia y que guarda una relación directa con los recorridos aleatorios que propone la deriva: recorrer los espacios supuestamente banales de París, es decir, los excluidos por las guías. Más tarde, tras la Guerra Mundial, los patafísicos cartografiaron un París secreto, deambulando borrachos por sus calles en las madrugadas. Sus planos están escondidos en los archivos del Collegium Pataphysicum junto con la lista de sus lugares sagrados. Aquellos recorridos, a veces tras las huellas de los perros, a quienes atribuyeron condición de pensantes, condujeron al lugar donde Boris Vian fundó Le Bilbouquet, entre las cuevas de jazz de la orilla izquierda (St. Germain-des-Pres) (Rubio, 2004, pp. 205-210).
La relación de los situacionistas y los surrealistas ha sido poco valorada y restringida a los contenidos de su crítica situacionista. Aunque sea solo en el nivel de la hipótesis, por comprobar, suponemos una relación con la deriva más directa y precisa a través de los muy conocidos textos de A. Bretón y L. Aragón, y de otras aportaciones que lo son menos, las de Ph. Soupault, R. Desnos y B. Peret (Mesana, 2009). En 1922, el antiguo dadaísta Ph. Soupault publicó “Au 125 du bulevard Saint-Germain”, y tres años más tarde “Il Était Une Boulangère”. Entre 1924 y 1928, A. Breton escribió “Les pas perdu” (1924) y “Nadja” (1928), y entre ambos se publicó “Le paysan de Paris” de Aragón (1926). Por su parte, R. Desnos y Ph. Soupault publicaron respectivamente “Le liberté ou l’amour” (1927) y “Les derniers nuits de Paris” (1928).
Los surrealistas no se restringieron como se ha dicho a ciertos paseos en ambientes campestres. Al margen de tales paseos es muy sobresaliente “Nadja”, donde se intercalan fotografías de París y dibujos, escondiendo la doctrina de la causalidad objetiva del autor (Wollen, 2000, p. 140). Allí se desarrollan paseos sin objetivo; los edificios son admirados o rechazados y se definen relaciones entre mirar y escribir. Se reconoce habitualmente que Breton trabaja la escritura literalmente como una arquitectura y un laberinto. Sin embargo, lo que parece más decisivo es el personaje de la enferma mental Nadja: no es un personaje habitual, sino alguien que afecta el comportamiento de la gente. Es decir, produce en los demás exactamente el mismo efecto que el ambiente construido en las psicogeografías. Por su parte, el libro de Aragón describe con precisión dos lugares de París: Le Passage de l’Opera y el Parc des Buttes-Chaumont. Ambos lugares serán escenarios donde insertar los „espectáculos surrealistas‟, el laberinto, los contrastes entre lo cotidiano y lo magnífico, entre el día y la noche (lo nocturno).
Los surrealistas buscaban en la ciudad una realidad oculta en el curso de sus „promenades‟, especialmente en la ciudad nocturna y, sobre todo, en el espacio del sueño y el inconsciente, como manifiestan sus textos (Bancquart, 1972). Con ellos reaparece en un primer plano el asunto del laberinto, inaugurado por Baudelaire, apreciado por los miembros de la IL y seguido por el situacionista Constant en su proyecto de ciudad para nómadas. París fue considerada como prototipo de la ciudad laberinto (Durand, 1969, p. 249). El laberinto es modelo interior y exterior y se vincula a la mujer, localizada en su centro. La escritura tiene una función experimental que busca la imagen poética.
El proceso de formalización de la deriva ocurrió entre 1953-1957 mediante aportaciones individuales de algunos integrantes de la IL. Desde el primer número de Potlatch (1954), las referencias a la psicogeografía, los psicogeógrafos y la deriva son abundantes. Pero antes de nada convienen ciertas precisiones sobre la naturaleza de la Internacional Letrista. Los letristas disidentes se proponían la disolución del arte en la vida; deseaban transferirlo a los actos de la vida. “Trabajamos –escribían en su primer número– para el establecimiento consciente de una nueva civilización” (Potlatch, 1954, nº 1, p. 5)7. Políticamente se situaban a la izquierda del letrismo „oficial‟ 8. Literalmente, IL “se propone implantar una estructura apasionante para la vida. Experimentar formas de comportamiento, de decoración, de arquitectura, de urbanismo y de comunicación para producir situaciones interesantes” (Potlatch, 1954, nº 14, p. 38).
Por entonces comenzaban a percibirse las primeras expresiones del ahondamiento de la conquista de la vida y la experiencia humana por y para el capitalismo y, sin duda alguna, la ciudad era el escenario privilegiado para la nueva sociedad de masas de consumo dirigido. Por esta razón, arquitectura y urbanismo ocuparán un primer plano teórico y práctico (las derivas) de los letristas. En el texto que hemos mencionado de Guilles Ivain, la arquitectura se conceptualiza como un modo de conocimiento que articula de la forma más simple espacio y tiempo. También está presente la idea de una arquitectura dinámica, capaz de cambiar a voluntad de sus habitantes. Estos tendrán como principal actividad la de derivar (la deriva continua) en un paisaje que cambiaba cada hora. Los futuros situacionistas no partieron de la nada en la elaboración de la deriva. La deriva era entendida en este texto como una forma de extrañamiento respecto de la vida cotidiana en el interior del territorio urbano. De todos modos, hemos de volver al texto original en el futuro, puesto que fue „retocado‟ por G. Debord cuando se publicó en el número 1 de la IL, a pesar de la opinión contraria de Guilles Ivain (Apostolides y Donné, 2006b, p. 43).
En Potlatch la deriva está perfectamente definida y, lo que es más importante, articulada con otros ámbitos, de ahí que no deba aplicarse como un instrumento cualquiera. La deriva es parte de una región conceptual que, entre otras cosas, incluye y requiere la vida cotidiana y otras capas de suelo conceptual, como la détournement, la creación de situaciones y la crítica de la separación.
Esa vinculación explica la importancia para los letristas del sociólogo H. Lefebvre. G. Debord asistió regularmente a los seminarios que H. Lefebvre impartía en el Instituto de Sociología de la Universidad de Nanterre. En 1946 había publicado el primer volumen de su “Critique de la vie quotidienne”, donde la vida cotidiana, como dimensión fundamental pero desconocida de la vida humana, adquirió un nuevo estatuto al quedar situada como centro de la reflexión teórica, algo que no había ocurrido hasta entonces. Durante años, el sociólogo francés fue el único referente académico institucional de G. Debord y los situacionistas. Sin embargo, no era aquella una recepción pasiva: G. Debord contribuyó al entendimiento de la vida cotidiana como el lugar privilegiado (estratégico) de la invasión capitalista de la vida, más allá del trabajo alienado.
En los primeros números de Potlatch, uno de los contenidos decisivos será la crítica del urbanismo y la arquitectura y, tras el mencionado texto de Guilles Ivain, pronto los letristas encontrarán en Asger Jorn un aliado que se refiere a la arquitectura como construcción de ambientes e instauración de modos de vida. La contribución de Asger Jorn supuso la incorporación de nuevos matices y la inclusión de la crítica indirecta a la Bauhaus. Su crítica relaciona la ignorancia de los funcionalistas respecto de la función psicológica de los ambientes con su incapacidad para superar formas definitivas (estandarización), mediante una concepción dinámica de las mismas. Concluía: “la creación artística implica la construcción de un ambiente y el establecimiento de un modo de vida” (Jorn, 2002, pp. 42-43).
La crítica del Funcionalismo era todavía poco precisa, demoledora y hasta tosca: los nuevos alojamientos son calificados como tugurios-modelo cuyo mejor ejemplo es la „Ciudad Radiante‟ del general Corbusier. Casas-cajón y estilo cuartel (Potlach, 1954, nº 3, p.10). El general Corbusier es un continuador del urbanismo como práctica policial y militar. Un poco más tarde se acentúa y se define al arquitecto francés como “un hombre particularmente repugnante, claramente más policial que la media”, con alusiones a su interés por suprimir la calle. El artículo con el título de “Los rascacielos por la raíz”, firmado colectivamente como Internacional Letrista, va algo mas lejos: “no olvidemos que, si bien el urbanismo moderno nunca ha sido arte –y menos aún un marco para la vida–, siempre ha estado en cambio inspirado por las directivas de la policía” (Potlatch, 1954, nº 5, pp.15-16). De acuerdo con su programa, escriben los letristas, en las ciudades la vida será definitivamente divida en islotes cerrados, en sociedades vigiladas, fin de las posibilidades de insurrección y del encuentro, resignación automática. No hay posibilidad alguna para un extrañarse de lo cotidiano, que sería el programa de una arquitectura verdaderamente perturbadora y moderna en el sentido de acorde con las necesidades humanas: “hay que ser un majadero para considerar moderna esta arquitectura”. Establecen una relación entre la “Ciudad de la Expiación” del místico Pierre S. Balanche y la “Ciudad Radiante” de Le Corbusier9.
En el mismo número respondieron sobre el sentido que atribuían a la poesía: “está en la forma de las ciudades”. Pero no se trata de escribir, sino de elaborar conductas absolutamente nuevas. ¿Qué sabe –se preguntaban los letristas– Corbusier de las necesidades humanas? (Potlatch, 1954, nº 5, p. 17).
En Potlatch se criticó tempranamente la hegemonía del automóvil, la desaparición de la calle y la renovación urbana, incluso llegaron a defender el barrio chino de Londres –desaparecido, esa ciudad sería aún más aburrida–. Aparecieron una serie de notas, artículos y referencias a la deriva, como las recomendaciones para visitar ciertos lugares de París, más interesantes por los prohibidos que por los mencionados, como reacción ante lo programado espectacular (no visitar los distritos 6º y 15º, los grandes bulevares, los Campos Elíseos, la plaza Blanche, la de la República, la Opera o Montmartre y todo el distrito 16º, entre otros). Por el contrario, se recomendaba visitar los barrios chino y judío, Pigalle, les Halles –calles Denis y De Jour o la calle Sauvage– (Potlatch, 1955, nº 24, p. 91). Latía un no a lo artístico espectacular concebido como ausencia del fluido de la vida. Buscaban los lugares donde la vida se expresaba al margen de las pautas normalizadas, caracterizados en muchos casos por su pintoresquismo o por su diferencia y marginalidad.
La deriva se define como “una técnica de desplazamiento sin meta basado en la influencia del decorado” (Potlatch, 1954, p. 40). Una búsqueda sin programa ni meta aún dependiente de planteamientos surrealistas. En un jardín de ordenación „cartesiana‟ los letristas encontraron un cartel que prohibía el juego en el laberinto, y escriben: “no se puede encontrar un resumen más claro del espíritu de toda una civilización. La misma que acabaremos por destruir” (Potlatch, nº 9-10-11, p. 31).
Al fondo de todo emerge la figura del nómada como la antítesis del enraizado, del localizado, del situado pero en tránsito; la puesta a la vista de la condición nómada como ruptura con la necesidad de fijación propia del capitalismo industrial de entonces. En algún momento, como sucede en una nota aparecida en la revista firmada por Véra, se carga de matices que no aparecían en el artículo que Debord nunca continuó: “Algunas formas –escribe Véra– que adoptará la deriva. Debe ser: a) en el tiempo: constante, lúcida, influencial y sobre todo enormemente fugitiva. b) en el espacio, desinteresada, social y siempre apasionante. Puede efectuarse en estado latente, pero los desplazamientos siempre la favorecen. En ningún caso debe ser equívoca” (Potlatch, 1955, p. 53).
En 1957, teniendo en cuenta la producción de Potlatch y los artículos de Debord publicados en la revista Lévres Nues (Bruselas), se puede considerar que la formalización de la deriva está finalizada. El artículo pionero de G. Ivain (1953), los propios de G. Debord (1955, 1956a y 1956b)10, que parecen desempeñar la función de fijación teórica de la deriva, significativamente publicados al margen de Potlatch, y la confluencia de influencias diversas que formaron el suelo de la IL (ciertos antropólogos, J. Huizinga, H. Lefebvre, Chombart de Lauwe e, indirectamente, la Escuela de Chicago, etcétera) parecen indicar, justamente con la fundación de la Internacional Situacionista, un giro hacia un mayor interés por la reflexión teórica política, apoyada nuevamente en H. Lefebvre, en algunos de los integrantes de Socialisme ou Barbarie y, probablemente más tarde, en J. Gabel. Aquel mismo año, G. Debord realizó algunos collages sobre psicogeografías que cerraron el ciclo.
Tras la fundación de la Internacional Situacionista y la publicación de su revista, la deriva fue perdiendo paulatinamente su papel central en paralelo con el Urbanismo. En realidad, se limitó a reproducir algunos textos fundamentales anteriores y las novedades procedieron de las colaboraciones de Asger Jorn, Constant y R. Vaneigem. En consecuencia, parece lógico deducir que la carga fundamental de la deriva correspondió al período letrista.
En el seno de los debates internos de la IS aparecieron varias líneas, entre ellas: la representada por G. Debord, que entendía y defendía el Urbanismo Unitario, la práctica del Urbanismo y su instrumental, exclusivamente como crítica. Una crítica que no estaba en situación de producir alternativas concretas tanto de la ciudad como de la Arquitectura funcionalista (Le Corbusier, por ejemplo) y otra, representada efectivamente por Constant, que buscaba experimentar y plantear modelos alternativos. En ese sentido, la deriva es un instrumento que forma parte del aparato crítico no alternativo del Urbanismo Unitario, que había sido enunciado por primera vez por Jorn.
Constant va mas allá de los planteamientos canónicos de 1956 con el proyecto experimental de Nueva Babilonia, más aún cuando el urbanismo va dejando de ser la cuestión central de la IS. Su perspectiva procede de un ensayo proyecto de poblado donde concibe “los planos para un campamento permanente para los gitanos de Alba” (Constant, 2009, p. 7). Lugar para nómadas.
Si se reduce el asunto a los aspectos proyectuales de la ciudad y sus posibilidades para el análisis académico, el proyecto queda cercenado de su carga crítica. Constant partió de un análisis radical de lo que llamó “la sociedad utilitarista”, donde incluía todas las formas conocidas de sociedad, regidas por la explotación del hombre en cuanto fuerza de trabajo. En esa condición era más que improbable, es decir, excepcional la posibilidad del hombre creador. Sin embargo, atribuyó a las posibilidades tecnológicas la capacidad de liberar al hombre del trabajo productivo y, por tanto, de disponer de todo su potencial para la creatividad (Constant, 2009, pp. 7-8). De todos modos, la tecnología era un potencial que requería necesariamente una transformación revolucionaria: la sociedad sin clases (Constant, 2009, p. 10). Con una sociedad sin clases, la tecnología aseguraría la productividad necesaria en una sociedad automatizada sin trabajo humano.
Los situacionistas tenían una relación obvia con los juegos y la necesidad del cambio permanente, reflejo de su crítica a las determinaciones propias del capitalismo en la vida cotidiana, donde domina la repetición. Sin embargo, el conocido libro de J. Huizinga (1938), publicado en francés en 1951, fue la llave que permitió a Constant superar el simplismo de la relación unívoca entre sociedad sin clases y libertad. Dicha superación sólo es posible donde la libertad es la condición de la creatividad. Por tanto, propone otra orientación: la sociedad lúdica, probablemente emparentada con la utopía de Fourier, donde el juego, hasta entonces una dimensión oculta y escasamente tratada, y sus potencialidades aparecen como función humana, tan importante como la actividad del pensar y la posibilidad de que pudiera ser el fundamento de la cultura. No está de acuerdo en todo y escribe: “Huizinga, para quien el juego es una huida fuera de la vida «real», no se aleja demasiado en su interpretación de las normas de la sociedad utilitarista”. Y en su análisis histórico del tema sitúa muy justamente al homo ludens en los estratos superiores de la sociedad, y más precisamente en la clase dominante ociosa, y no en la masa de trabajadores. Ahora bien, “al separar la fuerza de trabajo y la producción, la automatización ha abierto la vía para el incremento masivo de homo ludens” (Constant, 2009, p. 11). Pero con todo “Huizinga –agrega– tiene el mérito de señalar el homo ludens en potencia que se esconde en cada uno de nosotros. La liberación del potencial lúdico del hombre está directamente relacionada con su liberación en tanto que ser social” (Constant, 2009, p. 11).
Un segundo plano lo constituye el concepto de espacio social, que se diferencia claramente de la concepción espacial de la Sociología de entonces, que separaba un espacio abstracto de otro concreto. Una separación de la dimensión psíquica respecto de la concreta, propia de lo utilitarista (allí donde ocurren los encuentros, los contactos entre seres, las interacciones de la sociabilidad). Para Constant, el espacio social es “el espacio concreto de los encuentros”. De modo que “la espacialidad es social” (Constant, 2009, p. 12).
Dadas unas condiciones previas, como requerimientos imprescindibles (automatización de todas las actividades, propiedad colectiva del suelo y de los medios de producción, racionalización de la producción y desaparición del trabajo productivo), aparece una nueva sociedad (sin hambre, sin explotación, sin trabajo) que abre una problemática inquietante pero que, en el plano del pensamiento, “despierta” la imagen de un entorno radicalmente distinto (Constant, 2009, pp. 11-12).
Allí emergen una nueva arquitectura y un nuevo urbanismo para una nueva sociedad, donde es posible la “práctica real de la libertad”, sin los requerimientos del tiempo abstracto propios del capitalismo industrial. Se producen tanto una desterritorialización, es decir, una independencia del hábitat, del lugar de residencia (Constant, 2009, pp. 14-15), como una exigencia de respuesta concreta a la necesidad humana de juego, aventura y movilidad. Se trata de la creación libre de la propia vida. Todo conduce a una nueva urbanización, una nueva forma de relación entre el hábitat y lo urbano en una sociedad caracterizada por la movilidad y las fluctuaciones incesantes. Estos considerandos le sirven para definir Nueva Babilonia: “el ser humano descubrirá necesariamente una vida nómada en un entorno artificial, completamente construido. A ese entorno lo llamaremos «Nueva Babilonia», y debemos precisar que no tiene nada que ver con una ciudad, en el sentido tradicional del término” (Constant, 2009, p. 18).
La propuesta supone que, en el marco de lo real, no hay posibilidad alguna para su implantación. La nueva ciudad requerirá la liberación de la temporalidad y del trabajo y sus ritmos cotidianos que producen un ser humano claramente caracterizado por su desanclaje espacio-temporal y social, incluso de ciertas unidades básicas como la familia y, a la vez, se entiende como la construcción radical de lo artificial, apoyándose en un gran optimismo tecnológico y un olvido claro de los ecosistemas.
El ser humano liberado de las constricciones propias del capitalismo industrial y su necesidad de sincronías múltiples se transforma más o menos automáticamente en un nómada que vagabundea a placer en una ciudad que tiene una escala planetaria. Una ciudad para el movimiento y, a su vez, transformable en cada momento por la intervención (creadora) colectiva de los sujetos creadores11.
El laberinto es el esquema espacial de referencia directamente vinculado con la deriva, pues cualquier modificación transgresora de la ciudad normalizada ya induce desconocimiento, incertidumbre y desorientación. No tener la referencia de un destino ni el peso abrumador del tiempo abstracto que te obligue supone la ausencia de cualquier calculabilidad y el estar abierto a las sugerencias de los distintos ambientes proyectados. Incluso las dos viviendas de la zona amarilla son laberínticas, como crítica a la ordenación del espacio doméstico.
Lambert lee algo más; más allá de las referencias de Baudelaire y los surrealistas, que hemos comentado, dice que es un esquema vital de Constant, compartido con Jorn desde los tiempos de Cobra, como sentido laberíntico del espacio y de la vida (Lambert, 1996, p. 95).
Constant experimentó con un territorio, pero necesariamente debía hacerlo construyendo igualmente la maqueta de un hombre y de una sociedad, concretamente el hombre que resulta de aquel que se desarraiga del tiempo abstracto y de las bases de una sociedad concreta. Por una parte, tenemos la sensación de que no habita en ninguna parte. Camina infatigable construyendo con otros ambientes en una trama laberíntica, carente de centro y de centros. El laberinto es irrepresentable como imagen. Por esta razón acude a las bandas, un argumento propio de los urbanistas de vanguardia (Soria y Mata, los desurbanistas rusos, algunos alemanes de las primeras décadas del siglo XX y el denostado Le Corbusier con su Villa Radieuse). Lo que no tiene centro o, en todo caso, lo que tiene centros efímeros producto de concentraciones provisionales de vagabundos cambiando el medio; adquiriendo la centralidad el más alto valor de un gradiente de densidades semánticas, como hubiera querido H. Lefebvre.
La aportación teórica de ese hombre-maqueta requería algo más que la aportación de Huizinga. La actuación de los vagabundos va más allá del juego, tal y como lo expresó Huizinga. Su presente y su horizonte –el mismo horizonte general de la no ciudad que sería la Nueva Babilonia– exigen la ausencia de calculabilidad económica.
Es cierto que las lecturas de los integrantes de las dos internacionales se nutrieron desde muy pronto de ciertos antropólogos y etnosociólogos (M. Maus, M. Leiris, C. Leví-Strauss y G. Bataille). En este sentido es significativa la elección de la cabecera de la revista letrista: Potlacht. Pero Constant debió necesitar más recursos teóricos puesto que tenía que insertar a su habitante en la economía simbólica del don. Cierto es que en el ámbito del pensamiento apenas es posible un mundo social y un individuo al margen de lo que en cada momento es lo actual, puesto que somos pensados por la calculabilidad económica. Todo lo que pueda ser pensado al margen de dicha forma de cálculo deviene literalmente como lo fuera de lugar. Aparecen resonancias de G. Bataille, incluso del más antiguo y secreto12; y de Fourier, la disponibilidad del falansterio para los cambios múltiples de sus habitantes en atención a sus pasiones.
Parece que el hombre no pueda ser pensado sin atribuirle la necesidad y la tendencia al cambio como apertura de lo cotidiano. G. Bataille emerge con claridad, incluso mas allá de lo que se supone habitualmente (Bandini, 1998, pp. 36-37 y Costa, 1996, p. 166), y no solo por su interés por “la depense”. En primer lugar, en el mundo “secreto” de Bataille, el sol sería el prescriptor de la economía simbólica: aquel que proporciona la abundancia sin recibir nada a cambio. Da lo que no puede ser devuelto: el gran donador. Nosotros quedamos en una situación de emulación del destello solar. Así, el brillo y el gasto suntuario se relacionan con la condena humana a emular para siempre, y sin posibilidad alguna de conseguirlo, el destello solar. Un principio de pérdida (la parte maldita). Sorprendentemente, Nueva Babilonia es un territorio urbano cubierto donde, en gran medida, la luz procede de una luminotecnia artificial. La naturaleza, el propio sol, está sustituida y superada por la tecnología y sus aplicaciones. La deuda latente con el sol quiere ser abolida.
En segundo lugar, está el laberinto, que aparece bajo el acéfalo que representa a la revista. Ahora el laberinto adquiere múltiples registros; entre ellos, como guarda de la larga vida griega (la inmortalidad). Acephale busca instituir nuevas formas de vida, con el cuerpo, en el límite de la normalidad y ley. La representación del laberinto se duplica puesto que aparece como dédalo en el pecho y abdomen del acéfalo.
En el primer número de su revista, Bataille escribió algo que podría ser asumido sin problema alguno por la IS: “Es tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz. Es demasiado tarde para pretender ser razonable e instruido, pues esto condujo a una vida sin atractivos. Secretamente o no es necesario convertirnos en otros o dejar de ser […]. En los mundos desaparecidos fue posible perderse en el éxtasis, lo cual es imposible en el mundo de la vulgaridad instruida. Las ventajas de la civilización son compensadas por la manera en que los hombres las aprovechan: los hombres actuales las aprovechan para convertirse en los más degradados de todos los seres que han existido” (Bataille, 1936, p. 23).
En la Nueva Babilonia ningún espacio sería permanente, aumentando esa sensación de inestabilidad general de lo construido, e incluso de ciertos componentes del ambiente. Antes de mediados de los setenta, es decir, unos quince años después, con la exposición de la Haya de 1974, Constant llegaba exhausto y descreído respecto de la posibilidad de construir la sociedad y el espacio de los nómadas. Sin embargo, el laberinto siguió apareciendo en su obra, incluso en el homenaje a la ocupación del Odeón durante los „sucesos‟ de mayo de 1968.
Ningún miembro de la IS llegó tan lejos en la experimentación acerca de nuevos espacios para una nueva sociedad formada por creadores activos. Su formulación no se puede descontextualizar del suelo de su época. Nunca estuvo desprovista de una gran carga política y del deseo de una transformación radical de la sociedad. Cuando se produjo el desfondamiento de Constant, se estaba en el borde mismo de la disolución de los célebres treinta años de gloria europeos: va a comenzar la gran divergencia. Construyó una utopía, con sus indeterminaciones, que sigue casi patrones clásicos, en la que el ser humano, al desarraigarse, “descubrirá necesariamente una vida nómada”.
Límites de la dérive y posibilidades de las neoderivas.
Si como hemos dicho, resulta habitual un uso indebido de la deriva en el sentido de su tergiversación, también lo es que esté acompañado por una accesibilidad acrítica, habitual y desconcertante. En general, no se tienen en cuenta algunos de sus aspectos principales: su genealogía, sus contradicciones internas, que afectan incluso a su definición canónica (Debord, 1956) y, sin duda alguna, la oscuridad que rodea su suelo conceptual expreso, es decir, la psicogeografía, resuelta con la referencia al Comité Psicogeográfico de Londres (R. Rumney).
Respecto de la definición de 1956, la deriva es un movimiento con el movimiento y, también, sin movimiento. Literalmente se habla de una deriva estática, es decir, un observar el movimiento sin el movimiento. Por tanto, la definición genérica se disuelve. Sin embargo, la mayoría de las lecturas no hacen referencia a la posibilidad de la deriva estática.
La Psicogeografía es una nebulosa inventada por Debord apoyándose en Guilles Ivain (1953). En los años que llevo analizando las cuestiones que plantea no he conseguido encontrar rastros evidentes de sus orígenes y fundamentos. Probablemente, como se ha sugerido, el Comité fue „creado‟ para ampliar el espectro internacional durante la fundación de la IS (Home, 2002, p. 78) y, también, como cobertura lejana13. Por otra parte, es clamorosa la pobreza de sus resultados. Se tiene la impresión de que no parece rendir nada. ¿Qué aporta exactamente la descripción psicogeográfica de “Les Halles”?
Con y desde una psicogeografía no precisada, y que todos damos aparentemente por suficiente, se acepta que la influencia del medio sucede fundamentalmente como percepción en el sentido actual pero con ciertos matices. Quien deriva es un „receptor‟ de influencias que carece de cuerpo, un asunto decisivo respecto de cualquier posibilidad de un nuevo urbanismo y de una arquitectura coherente con los presupuestos de la IL, o simplemente deseosa de dar su lugar al cuerpo encarnado en el proyecto. En ese sentido, la deriva propone un paseante atípico, puesto que tiene propósitos experimentales, pero que, realmente, es órgano sin cuerpo. Independiente de las condiciones climáticas –las alusiones a la lluvia–, la corporeidad queda al margen. Quienes caminan carecen de cuerpo, pero a la vez de recuerdos, conocimientos acumulados, culturas específicas, etcétera.
Si consideramos la atmósfera cultural de la época, llama la atención la ausencia del esquema corporal de M. Merleau-Ponty, que es citado en algún texto en relación a la dialéctica de la nada. Este concepto central sirve para definir la espacialidad de situación característica del cuerpo humano como algo totalmente distinto del estar situado de cualesquiera otros objetos. El cuerpo esta situado, nunca está en una posición o una localización. Todos disponemos de un esquema corporal que crea una sistematización de los movimientos corporales. En su funcionamiento, “este esquema corporal resume la unidad sensorial, sensomotriz, la injerencia de dimensiones espaciales y temporales, no como el fruto de meras asociaciones acreditadas en el curso vital, sino como unidad originaria que precede y hace posible la integración” (Ravagnan, 1.974, p. 94). La espacialidad de situación del ser humano se deduce del funcionamiento de ese esquema corporal pues, como si se tratara de un campo ciego, no podemos ver nuestro propio cuerpo de igual modo que vemos el resto de los objetos14.
Las grafías de los recorridos cotidianos de la estudiante y la percepción de los barrios por sus habitantes formaban parte del legado de P.H. Chombart de Lauwe (1952). Debord quedó „horrorizado‟ ante el mapa de la representación de los recorridos de la estudiante parisina del distrito XVI, monótonos, repetitivos, idénticos cada día, hasta el punto de que, finalmente, terminaban al acumularse por ser una mancha negra. Pero no servían de base suficiente para construir una teoría de la percepción. Sin embargo, en la deriva, la calle no existe, ni siquiera en algo que podríamos llamar la fenomenología del tránsitopsicogeográfico. En todo caso, lo que se da es el paso por la calle, el puro transitar sin pasividad. Lo que decimos se advierte con claridad en la deriva inacabada de Les Halles. En todo caso, si algo agrega, parece probable que ya estuviera en dadaístas y surrealistas, si se hace el esfuerzo de leerlos. Cosa distinta es si la circunscribimos al ámbito de las sensaciones que, de algún modo, corren el riesgo de no poder ser expresadas claramente en lo escrito y tampoco en la cartografía. Por otra parte, nos preguntamos sobre el modo de relacionar el medio construido y sus efectos en el andante si aquel no es previamente investigado y delimitado. En ese sentido, la deriva está determinada por algo indeterminado. Si el resultado preciso de la actividad son unidades ambientales, la pregunta tiene que ver necesariamente con aquello que las constituye en sus distintas dimensiones y cualidades.
Falta el cuerpo, pero tampoco conocemos las funciones que desempeñan todos aquellos órganos ligados con la percepción. ¿Predomina el ojo? Actualmente disponemos de un conocimiento más preciso y complejo de la percepción que debe ser incluido en las nuevas propuestas (neoderivas).
Pensando en su aplicación didáctica –y en la definición se habla de mejorar previamente la cartografía existente–, la deriva o la neoderiva requiere una teoría previa de la calle: una topografía, una topología, es decir, una analítica expresa como se ha ensayado en algún caso (Perec, 2003, pp. 79-92). También una fenomenología, el análisis del ritmo, la delimitación de cronousos, es decir, una geografía del tiempo. En todo caso, esta crítica conviene a las aplicaciones que llamo neoderivas. Las posibilidades actuales eran impensables en su momento pero, a la vez, su uso convierte la deriva letrista en otra cosa.
Debe quedar claro que esa ausencia de una teoría de la calle es mas aplicable a los discursos que tratan de la aplicación de la deriva como instrumental didáctico, puesto que los intereses de letristas y de la IL eran otros15.
Por tanto, la deriva no nos proporciona ni instrumentos ni resultados. Se agota en sí misma. Su valor reside en la experiencia de un recorrido que se da de otro modo (no reglado). En todo caso, entendida como neoderiva, requiere hoy una reconceptualización de su práctica para ser un instrumento. Ahora la deriva pudiera ser interpretada del mismo modo que W. Benjamin entendió el paseo: algo no anecdótico, modelo y matriz, forma de experiencia que pone en juego recuerdo, atención e imaginación. Vinculación trabada, diría M. Morey (1997), entre pensamiento y vida.
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1 Más allá de los patrones atribuibles a ciudades industriales, del tipo Manchester, Mannheim o Chicago, estas no acaban por dar cuenta de ciertos procesos de naturaleza diversa que nos permitirían diferenciar otros patrones donde, sin duda, ciertas tecnologías están presentes (los aparatos), pero donde permanencias y novedades interaccionan para proporcionar otro marco urbano en el que la industria ocupa un lugar relevante pero no suficiente para convertirse en el ámbito explicativo de referencia en un sentido causal. Probablemente sea esta la posición de la relectura de París por D. Harvey (2008).
2 La figura de Guilles Ivain, a pesar de su notable contribución en “Formulaire por un urbanisme Nouveau” (1953), aparece desdibujada. En el número 2 de Potlatch (29 de junio de 1954) quedó reflejada su expulsión por “mitomanía, interpretación delirante y falta de conciencia revolucionaria” en una nota firmada por el redactor jefe de la revista Gil J. Wolman. Sin embargo, Rumney le atribuye la creación o invención de la psicogeografía (Rumney,1999, p. 59). Sobre Guilles Ivain (Ivan Chtcheglov), su biografía y los textos escritos entre 1953 y 1954, véanse Apostolides y Donné (2006a y b).
3 Este texto fue publicado inicialmente en “Les Levres Nues” (1956) y reproducido en el número núm. 2, pp. 50-53. Todas las citas de este texto corresponden a la traducción española de la revista Internacional Situacionista (Madrid: Literatura Gris).
4 La recepción de las investigaciones de los integrantes de la Escuela de Chicago ocurrió tardíamente. Se introdujeron en Francia, en términos de representación gráfica, a través del sociólogo M. Halbwachs hacia 1932. Al respecto, véase Clerc y Garel (1998). Sin embargo, no se divulgaron realmente hasta su uso por Chombart de Lauwe y su equipo (1952, 1956).
5 Los trabajos de referencia son los siguientes: Park y Burgess (1921), McKenzie (1924), y Park, Burgess y McKenzie (1925). Tampoco se puede olvidar el artículo de L. Wirth, “El urbanismo como modo de vida”. Sin embargo, ya en la década de los años treinta, Homer Hoyt modificó el esquema inicial mediante la inclusión de las cuñas residenciales (1933) y, progresivamente, la escuela depuró su instrumental analítico hasta incluir el análisis factorial.
6 Ante todo, la Lebenswelt es el mundo de la vida práctica, el desarrollo de la vida familiar y natal, mundos en constante evolución y transformación. Y de ese mundo, no puede ser válida la experiencia subjetiva, cotidiana y relativa como base de las afirmaciones científicas. Sin embargo, E. Husserl afirmó que existe una estructura invariante y constante en la vida humana, que no es otra cosa que su estilo ontológico.
7 Las referencias proceden de la traducción española de la serie completa de la revista (Madrid: Literatura Gris, 2002). En consecuencia, la paginación corresponde a la citada edición en castellano. En algunos casos, cuando se trata de un artículo importante y firmado, la referencia se realiza a partir del autor siguiendo la norma habitual.
8 Sobre el letrismo pueden verse, además de los libros de Isou, el trabajo sobre las corrientes utópicas de H. Stewart (2002) y, especialmente, la investigación sobre el cine letrista de F. Devaux (1992). Además, puede consultarse su página web: www.leletrisme.com.
9 Pierre S. Balanche (1776-1847) tuvo una cierta influencia en la Francia de principios del siglo XIX. Ciudad de la expiación parece referirse a su „periodo de prueba‟, una de las fases de la historia de la humanidad, que precedía a un renacimiento final. La ciudad radiante fue la propuesta utópica de Le Corbusier para la transformación del centro de París (Le Corbusier, 1935) y finalmente, la alusión a las catedrales blancas se refiere al libro titulado “Quand les catedrales etaient blanches”, donde manifestaba su entusiasmo por Norteamérica y constataba la ausencia de energía en Europa, aquella que dio lugar a las catedrales, ahora ennegrecidas (Le Corbusier, 1937).
10 La secuencia fue la siguiente: “Introducción a una crítica de la geografía urbana”, en Lévres Nues, núm. 6 (1955); “Teoría de la deriva”, en Lévres Nues, núm.8 (1956) y “Dos relatos de derivas”, en Lévres Nues, núm. 9 (1956).
11 Las distintas posibilidades de llamar al movimiento y lo dinámico y su inclusión en el proyecto serán compartidos algo más tarde de las formulaciones iniciales y los experimentos de Constant. En la cultura francesa, una referencia concreta fue el grupo Architecture principe (1963), integrado por C. Parent, M. Carrade, M. Lipsi y P. Virilio, y su revista del mismo título que comenzó a aparecer en 1966. En el plano internacional sobresalen los distintos experimentos de Archigram (Instant City, 1950-1969; Walking City, la ciudad caminante, 1964; y Plug-in-city, una megaestructura, 1964); Fun Palace, el espacio flexible, de Cedric Price; el GEAN de Yona Friedman, con su primer manifiesto sobre “arquitectura móvil” (1958); Frei Otto (estructuras tensas y membranas) y Buckminster Fuller (geodésicas).
12 Nos referimos al período anterior a la II Guerra Mundial, es decir, al tiempo de la publicación de “La notion de dépense”, en La Critique Sociale, núm. 7 (1933), vuelta a publicar en “La part maudite, precedé de la notion de dépense”, Editions de Minuit, París (1967) y, muy especialmente, al declarado antisurrealista e impulsor de la Revista Acephale, de la que se publicaron cinco números entre 1936 y 1939. De Acephale hemos consultado la edición castellana de Caja Negra editores (Buenos Aires: 2005), con traducción y prólogo de Margarita Martínez. Tras la guerra, publicó la revista Critique, fundada en 1946.
13 El Comité fue probablemente inventado con motivo de la fundación de la IS, puesto que R. Rumney era su único miembro. En los números 28 y 29 de Potlacht aparecen alusiones: en la primera se le califica de animador del Comité (p. 112), y en la segunda se anuncia la publicación de “Venecia psicogeográfica” (p. 122), proyecto de despectacularición de la ciudad en el que trabajó Rumney (Rumney, 1999). No finalizó su trabajo. En el primer número de IS apareció una nota con el título de “Venecia venció a Ralph Rumney”, donde se da cuenta del hecho aunque sin aclararlo suficientemente (IS, 1958, p. 31).
14 Parcialmente sirve de base para la Teoría de la Estructuración (A. Giddens) y también es utilizado por algunos de los geógrafos humanistas (Yi Fu Tuan). Las obras posteriores de M. Merleau-Ponty (1964a y b) fueron autocríticas respecto de las formulaciones de “Fenomenología de la Percepción” (1945). En “El ojo y el espíritu” (1964b), planteó “el hay previo”: el sitio, el suelo del mundo sensible y del mundo abierto tal y como son en nuestra vida, y donde un cuerpo actual que llamo mío entabla un diálogo mudo con los otros, con el mundo y consigo mismo. Dejó abierta una poética, incluso del asombro, sobre el encuentro entre mundo y cuerpo. Queda claro que la interacción requiere una sede.
15 Un ejemplo significativo reciente puede consultarse en Pellicer, Vivas-Elias y Rojas (2013).