Apr 202010
 

8º Post dela ciudad Viva: Publicado el 20 de Junio de 2010.

Todos los procesos que atañen a la ciudad tienen una caracterización por escalas. No se dan lo mismo en una gran urbe que en el espacio limitado de un pueblo o un tejido rural. Al igual que ocurre esto, se da una diferenciación de escalas a nivel interno, es decir, el análisis de tramas como los ensanches ofrecen unas estrategias de análisis propias que por otro lado la ciudad histórica no tendría.

La ciudad histórica tiene la capacidad de ser el ámbito heredado y sobre el que se ha reflexionado desde muchas perspectivas. Hoy día se le da el lugar de la identidad y a su vez el de la explotación turística (Rubio Díaz, 2009). Pero no es lo único. Sobre el trazado de la ciudad histórica aun concurren formas de vida propias que se resisten a ser pasto de procesos de gentrificación o especulación. Esto hace más sensible aún este ámbito de ciudad. Como hemos dicho, cuanto más aumenta la ciudad, más aumenta la presión que se ejerce sobre estas zonas que resisten a desplazarse o a ser musealizadas. Hablamos por tanto de una zona aun viva.

La “capacidad de carga” o de intervención que sostienen los centros históricos vivos son muy limitados. Una ciudad histórica musealizada casi en su total extensión como podría ser el caso de Cáceres, permite un mayor proceso de mutación dado que no tiene que soportar el cambio social o el cuidado de recursos vivos, como sí ocurre en el caso de Sevilla. Si nos referimos a municipios de una menor escala el proceso es diferente. El abandono de las zonas residenciales históricas no se hace por sustitución de funciones y usos, sino por la ausencia total de tejido social. Pasan a ser zonas deprimidas, desiertas en las que el tiempo acrecienta el estado de ruina. Suelen ser ámbitos de tipologías edificatorias concretas. La alta densidad de la población residente en pisos ubicados en los nuevos y muy limitados crecimientos, aceleraba el proceso. El resultado del mismo son ciudades históricas despobladas dejadas a merced de un mercado actualmente inexistente.

En la conservación de los centros históricos es fundamental tener presente las características de la sociedad que lo habita, identificando sus valores, ya que es la población tradicional y sus formas de vida las que lo dotan de sentido y lo llenan de significado, convirtiendo el espacio urbanizado, construido y ordenado en un territorio integrado de lugares propios con identidad (García de Villar et. Al., 2000: 126). En este sentido, tan relevante puede ser un edificio o una trama urbana como el tejido social que los ocupa, existiendo una relación indisociable entre el soporte físico de la ciudad y las interacciones y usos sociales que lo configuran históricamente y le dan vida. Por todo esto, el tejido social tiene que ser entendido desde una óptica patrimonial.

Una determinada cosmovisión de vida, conformada según la UNESCO con las prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas, bienes inmateriales generados por el tejido social, procura a las comunidades, grupos e individuos un sentimiento de identidad concreta y de continuidad, la cual está enraizada en el pasado, se actualiza en el presente y se reinterpreta por las sucesivas generaciones (Carrera, 2005). Finalmente es el soporte físico que representa la ciudad el medio que la materializa y perpetúa en una memoria histórica colectiva.

Se hace necesario el mantenimiento y recuperación de esa memoria colectiva, no solo porque de esta manera se garantiza la continuidad de los valores del centro urbano que le sirve de soporte, sino porque además esta labor constituye una vía primordial para la preservación de la diversidad cultural, tan amenazada por el proceso de globalización que en la actualidad está fagocitando las expresiones culturales, imponiendo modelos homogéneos de convivencia y expresión que solo promueven la intolerancia. Analizadas estas bases socio-patrimoniales se hace necesario plantearse si la metrópolis contemporánea permite una alteridad social.

En la conservación de un conjunto histórico vivo y vivido, juega un importante papel el mantenimiento de su tejido social, ya que vaciarlos de su población tradicional para dedicarlos al uso administrativo, turístico y comercial supone la pérdida de sus valores y de la autenticidad que les llevó a ser considerados como tales. Por ello para evitar que se conviertan en meros parques temáticos, los equipos que trabajan en patrimonio deben tratar de recuperar la multifuncionalidad que han mantenido desde épocas históricas y que ha permitido convivir con numerosas realidades.

En esta tarea, resulta fundamental que a la hora de poner en valor el espacio histórico, no se haga solamente énfasis en el patrimonio arquitectónico y en la cultura muerta fosilizada en sus muros, sino también en el patrimonio vivo que reside todavía en el espacio histórico, sus formas de vida, actividades y usos tradicionales, evitando los procesos de sustitución de población (Díaz Parra, 2009). Por ello, nos centramos y ponemos atención tanto en el tejido social como en las formas de vida y convivencia que éste ha desarrollado en sus múltiples interacciones entre los grupos que lo conforman y con el medio que habitan.

– Carrera, G., (2005): “El Patrimonio inmaterial o intangible”, en Patrimonio inmaterial y gestión de la diversidad. Colección Cuadernos IAPH.

– García del Villar, Reyes, et alii, (2000): “Territorio, sociabilidad y valor patrimonial del espacio urbano: usos sociales del espacio público en el casco histórico de Sevilla” en Cuadernos de Antropología-Etnografía, nº 19.

– Díaz Parra, I., (2009): “Procesos de gentrificación en Sevilla en la coyuntura reciente. Análisis comparado de tres sectores históricos: San Luis-Alameda, Triana y San Bernardo (2000-2006), en Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias sociales, Universidad de Barcelona, vol. XIII, nº. 304.

– Rubio Díaz, A., 2.003: Málaga: de ciudad a Metrópolis, Asociación provincial de constructores y promotores. Málaga.