Alfredo Rubio publica un capítulo titulado “Memoria para un futuro imperfecto” dentro del catálogo titulado De 11 a21. Sobre la constitución política del presente, editado por el Centro Andaluz de Arte contemporáneo con fecha Marzo -Junio 2011 (Número 1). El capítulo se refiere a la obra de Rogelio López Cuenca, en concreto a la exposición Cercanías del Centro Andaluz de Arte Contemporaneo.
A continuación podéis leer el artículo.
Memoria para un futuro imperfecto:
Cuando comienzo a escribir este texto, a mediados de diciembre del año 2010, lo que llamamos realidad provoca rechazo. Somos conducidos hacia otro mundo en nombre de lo inevitable. Justamente el constituido por un flujo viscoso de palabras que nos construyen al ser asumidas por casi todos. Todas ellas se refieren a asuntos inevitables. Pronunciadas por académicos, profesores, políticos, periodistas y una variedad notable de “expertos”, forman una masa densa que nos ahoga.
Europa pretende aparcar su extraña, laberíntica y agónica construcción de la ciudad ideal (M. Zambrano) para quitarse definitivamente la máscara: los emigrantes, como sucedía con ciertas categorías en las viejas polis de la Grecia arcaica, no serán ciudadanos. Sólo pura y desnuda fuerza de trabajo sin ninguna otra cualidad. La vieja Europa parece disolverse como último asidero precario de algo “mejor”, distinto e imposible. Mientras escribo este texto me llegan correos electrónicos que envían los más preocupados. En uno de ellos se lee: “Moody’s amenaza con rebajar el rating a España… meten la reforma laboral y preparan la de las pensiones… un parado mata al director de una sucursal bancaria… El Gobierno quiere entregar a los mercados AENA, Loterías y los pocos muebles que quedan por vender… Berlusconi se ríe de Italia… 100 manifestantes heridos en Roma en enfrentamientos con la policía… Portugal recibe a los inquisidores del FMI… Irlanda intervenida… Los mercados empiezan a recelar de Bélgica… Octava huelga general en Grecia…”
Entre nosotros se habla de rechazar. De la potencia del no. Pero no se trata de una negación dubitativa y hasta retórica que permanece a la espera del consenso. Es un no de la potencia radical del rechazo. Cerrado. Escribiré sobre una obra que surge justamente de la potencia del decir no. Sobre un autor que se autoinculpa por tener ciertas posiciones.
Creo que hay una sopa primordial, asiento de cualquiera de los asuntos que plantea Rogelio López Cuenca: la ciudad. Es cierto que disuelta. Pero (nos) queda la imaginación y la porfía por seguir poniendo a la vista sus posibilidades. Por eso, lo que anuncia como fondo es hacer emerger lo común y el común. Literalmente se acusa de soñar modos de resistencia en compañía de otros. Claro es, no se propone hacer ciudad a partir de la intervención física. Queda reiterado, como cristalizado para siempre, inamovible desde aquellos primeros enunciados formulados: la práctica urbanística es ilusoria. Ahora, como nuevo dato, podríamos asegurar que simplemente es cínica.
Lo que descubre su mirada es el par orden y desorden. En la intraciudad se conjugan orden y desorden. Realmente, en el capitalismo de ayer y de hoy, el desorden no es más que otra expresión más del orden. No lo hay en las tres mil viviendas de Sevilla, ni en La Palma-Palmilla malagueña ni en la Atunara de La Línea (Cádiz), por citar sólo algunos ejemplos andaluces. Son el resultado necesario de unos mecanismos que imponen la exclusión y su extensión cada vez mas pronunciada. Pero no hay que dejarse dominar por lo obvio. Los ghettos son sólo una expresión sintomática, una sola, de un proceso mucho más amplio de destrucción acelerada de lo social. En ese sentido, lo interesante no es el análisis de ciertas aparentes anomalías sino de los espacios de la también aparente normalidad. Lo interesante no es acudir como exploradores al ghetto sino a los barrios medios y residenciales. Cierto es que allí no reina aparentemente la exclusión pero domina la disolución de los vínculos sociales, la ausencia de capital relacional, el funanbulismo urbano como práctica cotidiana, lo desértico. En la metrópolis el estado normal es el aislamiento acaso producto de la adopción social de una primera fase de la posición científica: el “como si”, de donde proviene la costumbre que hemos adquirido de vivir “como sí” no estuviéramos en el mundo. Estado profundo de ausencia o somnolencia.
El desierto al que aquí se alude forma parte del significado del capitalismo como proceso de destrucción. Afecta todos los campos e induce una desecación progresiva, ya de los ecosistemas ya de todo lo relativo a los lazos sociales. Domina el estrago metódico. En este sentido, desierto es el medio ambiente general que nos rodea, vivido como espectáculo de desecación progresiva. Domina la pobreza de mundo, resultado de la falta de experiencia, de la pérdida de la capacidad de interpretación de los signos de naturaleza y de los ecosistemas, pero también de los emitidos desde los propios individuos (Tiqqun).
He tenido la tentación de escribir un texto académico pero abandoné la idea, aunque al final inevitablemente lo sea a mi pesar. Pretendía poner a la vista algo parecido al suelo y la atmósfera desde donde crea Rogelio López Cuenca. Dicho de otro modo: sobre aquello que lo atraviesa. ¿Cual es su formación? ¿Quienes lo han influenciado? ¿Que lee y ha leído? Pero abandoné la idea del informe perfecto sobre el artista.
Conozco relativamente sus genealogías; sus técnicas de manipulación de los iconos de nuestra sociedad, sus asociaciones, descontextualizaciones, parodias, reutilizaciones y experimentaciones. No olvido lo que pueda tener de situacionista, incluso más que ortodoxo. Sin embargo, una ojeada a su inmenso trabajo (preciso, meticuloso y escasamente retórico) me sugirió al Walter Benjamin más decisivo. Le pregunto sobre el “ Angelus Novus” y me responde: “es el eje, mas que el móvil” y, agrega, “tengo de cabecera”. La respuesta me tranquiliza pues me permite mi propio eje, que creo fundamental en su trabajo: la memoria. Hay un rechazo a situarse en el plano de lo histórico convencional y, aunque haya referencias a la historia y un uso de su instrumental, lo que se da a la vista es precisamente que el arte interroga a esa historia convencional. Por otra parte, no se encuentran en sus trabajos nada parecido a las alusiones conformistas al patrimonio, ni a lo histórico artístico ni a esa expresión terrible que es su puesta en valor.
Hace ya mucho tiempo que W. Benjamín, uno de los más brillantes críticos culturales del siglo XX, planteó como problema respecto de la historicidad y la historiografía: el sentido de la historia como proceso y los límites de la práctica de la Historia. En un contexto que acaso no convenga tener ahora en cuenta, el operativo de que se valió consistió en introducir la memoria de modo que ambos campos se volvieron problemáticos. Al hacerlo pretendió romper los discursos hegemónicos sobre la orientación del proceso histórico. Probablemente lo que estaba proponiendo era literalmente una nueva teoría de la historia y no sólo algo reducido al campo de la memoria.
Es bien conocido que la intención de Benjamin (que utilizó la palabra eingendenken: remembranza, recordación o rememoración) estaba dirigida a la crítica del materialismo histórico al que pretendía llevar a otro lugar, a otra raíz fundamentadora. Nos interesa aquí de ese proyecto la idea de una superioridad de la memoria frente al positivismo historicista que, como mucho, llega a considerarla como un suplemento, puro material de acompañamiento, al que nunca otorgará un lugar primordial. La crítica a la Historia disciplina se circunscribe al momento en que fue realizada por Benjamin. No hacerlo así significaría que la Historia disciplina no hubiera experimentado cambios sustanciales desde los años cuarenta del pasado siglo XX, lo cual no invalida la idea de Benjamín de que la Historia es siempre discurso de los vencedores.
En Benjamin la memoria adquiere un nuevo valor. Si la memoria sale del ámbito del sentimiento para convertirse en un modo específico de conocimiento, la Historia, el historicismo (los historicismos) y el sentido de la Historia (la filosofía de la historia) se convierten en lugares críticos. La memoria rompe sus modelos; implosiona la placidez de los debates internos del historicismo [y los historiadores] y la seguridad de quienes atribuyen al proceso histórico algún sentido, sea el que sea. W. Benjamin polemizó en su momento con los historicismos y con la Filosofía de la historia al atribuir a la memoria un valor disolvente: como lugar que contiene el sufrimiento de los vencidos se opone radicalmente a las palabras de la Historia que, en su análisis, serían siempre las de los vencedores. El sufrimiento de cada generación y el acumulado de las distintas generaciones impiden aceptar el carácter inevitable de los daños colaterales que acompañan el devenir histórico.
Podríamos hablar de este término a muchos niveles. Por un lado, en el hermenéutico estaríamos haciendo referencia a una actividad que hace visible lo invisible. Desde otro, podríamos hacer referencia de memoria en términos de reconocimiento.
Si hemos tomado de W. Benjamín la idea de la memoria como disolvente de un cierto discurso es precisamente porque pone a la vista una divergencia: obliga a la idea de redención como restitución, como liberación del dolor y de una mala situación. Nos referimos a lo que ve el “Angelus Novus”: todo pasado como lugar de destrucción y dolor consolidados (a la vista). De modo que, sin memoria de la injusticia no hay posibilidad alguna de justicia. Acaso lo que nos plantea sea la relación entre verdad y actividad crítica orientada a la cancelación de la objetividad, la impasibilidad, la apatía y la neutralidad.
Lo que aparece no es propiamente un “deber de memoria”, sino ese nuevo imperativo categórico que consiste en repensar la verdad y la política. Repensar la verdad, diluida en la postmodernidad, lo que supone la paralela disolución de la mentira, significa no reducir la realidad a facticidad, es decir, reconocer que forman parte de la realidad los ninguno, los sin nombre, los no-sujetos, las victimas y los vencidos. Se deduce que es obligado repensar la política puesto que la barbarie cuestiona el progreso como lógica de la política (R. Maté).
Se abre un camino inevitable: si se considera que la producción de victimas debe ser aceptada con toda normalidad, como simples daños colaterales de un proceso inevitable e ingobernable, con sus costes sociales, humanos y ecológicos (este no suele agregarse), parece obligado pensar sobre la relación entre política y violencia, lo cual es siempre difícil cuando abandonamos cualquier retórica antiviolencia puesto que hay que reconocer que la violencia es constitutiva del animal humano y, por el contrario, su contención es el objetivo del hacerse humano.
Así la historia reconsiderada desde la memoria nos es presentada de distintos modos: la deconstrucción de las construcciones del pasado moro sin moros (Al-Andaluz) que inevitablemente alude en términos contemporáneos a las fronteras hoy; las migraciones y los procesos de fermentación en las ciudades de estos nuevos ciudadanos negados. En las mallas de una frontera quedan suspendidas las botas deportivas de quienes intentaron el salto. Las fronteras internas de las ciudades, que las fragmentan e impiden siquiera pensar lo común. Las identidades como cárceles con fronteras hondas.
El listado nos dice que la restitución no tiene fecha de caducidad. Esta ahí, siempre a la espera, de alguien que la ponga a la vista, haya o no haya testigos. Así se pueden rastrear caminos (la huida de los malagueños por la carretera de Almería en 1937) o calles y plazas cuarenta años después, hasta dar con la placa que recuerda a Giordana Masi, la estudiante del partido radical, asesinada por la policía en la piazza Belli en el Transtevere romano en mayo de 1977. Aquellos policías, brazo armado de otros, mataron el sueño.
Lo que plantea el arte a la historia, aunque sigamos opinando que la historia es un libro de páginas blancas donde escriben los expertos para otorgar sentido, son otras posibilidades. Se ha escrito que Rogelio López Cuenca formula hipótesis con la finalidad de romper con el discurso unilateral, proponiendo mas historias, compuestas con documentación, testigos, palabras, consignas, lugares y huellas que tienen una finalidad de restitución y rescate de lo olvidado.
Este enfoque tiene aún más importancia cuando interroga territorios e hitos inundados hoy por la presión tematizadora. Territorios más amplios asolados por la experimentación turística y convertidos en lugares para la no experiencia.
En los escaparates de las tiendas de recuerdos para “cutreturistas” se amontonan los recuerdos para llevar. Se analizan las formas de apropiación de las diferencias por parte del capitalismo en su búsqueda de rentas monopolistas. Sabemos que excepcionalidad y particularidad son cruciales en la definición de , y sólo con algunas excepciones – “ningún producto puede ser tan excepcional o tan especial para quedar totalmente al margen del cálculo monetario”- todo aquello que pueda ser convertido en producto mercantil lo será.
Pero el capitalismo tiene límites en ese proceso del capturar las diferencias: la contradicción, a este respecto, es que cuando más comerciales se vuelven estos productos, menos excepcionales y especiales parecen. En algunos casos la propia mercantilización tiende a destruir las cualidades excepcionales. De forma más general, cuanto mas fácilmente se comercializan y son objeto de duplicación mediante falsificaciones, adulteraciones, imitaciones o simulacros, menor es su capacidad de constituir la base para una renta monopolística (D. Harvey).
El turista que llega a Timbuctú, en busca de la materialidad de lo dicho por alguno de los relatos que convirtieron la ciudad en una leyenda, sólo encontrará la ruta urbana que le conduce a las distintas viviendas que los viajeros europeos habitaron durante su estancia (Adams , R. Caillié, H. Barth y O. Lenz) y un cierto amago de poner a la vista la gran mezquita. Este recorrido se superpone y oculta la historia de la ciudad y su realidad pasada y actual, incluso las expresiones “espaciales” de las creencias y sus rituales; su arquitectura y paisaje; la complejidad de sus barrios y, sin duda, la función cultural que tuvo. Como en los escritos de los viajeros, donde no se advierte entusiasmo alguno puesto que no perciben ninguna expresión física [inmobiliaria] de lo fastuoso que pudiera concretarse como signo (los monumentos), la experiencia programada del turista se desvanece ante su ausencia, como se lee en los blogs de viajes que algunos cuelgan en la red. Lo único importante parece ser que la ciudad fue visitada por dichos viajeros europeos (M. Aime). Estos relatos son una condición, como ahora lo serán los artículos periodísticos, las guías, las contraguías y toda aquella documentación que se genera para producir la necesidad perentoria de vivir una experiencia. En general, se produce un desfalco generalizado de los significados por las prácticas turísticas.
Su mirada no olvida las concreciones locales mas cercanas: la Nerja tematizada; Málaga y su “picassización” y viceversa; la candidatura de Málaga a capital cultural europea 2016 o la construcción retórica de una identidad andaluza capaz de comportarse como imagen global política y turística. En el comentado episodio del asesinato de la estudiante Giordana Masi, el protagonismo es de los turistas del desconocimiento programado que recorren la ciudad eterna. Sin embargo, su posición crítica, en cada momento del proceso en que está sumergido, parece ahondarse cuando da cuenta de sus territorios mas inmediatos; por ejemplo, respecto de la mencionada candidatura de Málaga ciudad, escribe lo siguiente: “mi desacuerdo con el formato se fundamenta en el rechazo de la reducción de la experiencia artística a mero espectáculo, su fagocitación por la lógica empresarial, su supeditación al citymarketing, su dependencia de las estrategias geoturísticas y la concentración y el despilfarro de recursos públicos en grandes eventos cíclicos”.
Domina la expropiación. Rogelio López Cuenca trabaja en ese fondo sin fondo de las expropiaciones acentuadas. No usa la expresión sociedad del conocimiento sino capitalismo cognitivo. Aquel que acentúa la captura de la creatividad social. Respecto del territorio, su posición implica la idea de territorialidad, es decir, la consideración necesaria de la condición activa de una población como creadora que, en ciertos casos, se enfrenta a la doble capacidad normativa y performativa del planeamiento en distintos planos y, en otros, a la condena de un territorio a la unilateralidad de su destino como destino turístico. La conversión en recurso de la ocupación residencial del territorio implica una transferencia de propiedad (capital social) y una regulación legal que es la planificación urbanística.
No es distinta la apelación a la expropiación del común respecto de la conducción de las ciudades. La memoria usurpada, reelaborada y transferida como identidad, creadora de fronteras, como aquella donde acaba el ser de algo, presupone la elevación de la ciudad a sujeto. Siendo esa una condición imposible, sirve al objetivo del poder hablar en su nombre y ocuparla para cualquier designio. En la ciudad sujeto el común no sólo queda relegado sino que, también, disuelto.
Lo común ni es un concepto lógico, por tanto vinculado a la razón, ni tampoco económico (relacionado con la producción). Es esencialmente político: “lo común es aquello en lo que se tiene parte o aquello en lo que se toma parte” (F. Jullien). Aquello que se comparte y aquello en lo que se participa. Justamente es allí donde parece querer estar Rogelio López Cuenca, entendiendo que es el compartir lo que fundamenta nuestra pertenencia a la misma ciudad.
Lo común puede ser una clausura, donde los concernidos pueden creer tener su propiedad. Ese es el riesgo permanente de encerrase dotándose de una identidad y de una frontera. Al abrirse del compartir puede suceder, en un segundo momento cristalizador, el cierre de los que comparten. Pero es posible superar esta clausura que atrapa. Pero, también, puede ser una opción deliberada si lo que se desea es fundar (crear con otros) conscientemente algunos elementos de lo común en la ciudad. Según Jullien es posible superar el cierre si partimos del munus, la incumbencia del don entendido como deber. Por tanto, aceptación poética de la reciprocidad originaria de la deuda que deja sin sentido la presunción del ser sujetos plenos (individualizados), capaces de “gestionar” su (nuestra) biografía. Como se ha dicho, para esos sujetos plenos “la comunidad apenas sería otra cosa que una excrescencia”.
En el trabajo de Rogelio López Cuenca hay también una coincidencia con la definición de W. Benjamín de la experiencia del aura como un dejar que humanos y cosas levanten la mirada, devolverles el derecho a tener rostro. Probablemente esta sea la razón de que aquí la memoria también sea del y para el futuro. Pone ante los ojos de otros que vendrán claves de nuestro tiempo. Información que podría ser sustraída por el ejercicio de esa historia que no advierte la gravedad de los daños colaterales o que, en el mejor de los casos, los banaliza.
Llevamos desde siempre con ese relato de la luz y la oscuridad; de la noche y el día; de los tiempos opuestos del sol y de la luna y sus entreactos (amaneceres, anocheceres, auroras… ). Un modo de pensar que parece más cíclico que dialéctico; que recuerda más a una escalera que a una espiral. Algo así como: hubo un tiempo de luz que se volvió noche o, también, oscilamos entre días-tiempos de luz y días-tiempos de sombras.
El tiempo histórico como sucesión de esplendores y oscuridades. Claro es que me refiero a un modo de vernos y de insertarnos en la realidad, incluida la valoración de esa inserción. Creo que no está nada claro que hayamos dispuesto de algún amanecer efectivo al que siguieron inevitablemente una mañana luminosa, un atardecer ambiguo y una oscura noche. El Ángel arrastrado por un viento poderoso sólo percibe destrucción desoladora y sabe que no vendrá algo distinto. Supongo que siempre hemos estado en la noche y, de ser así, no lo podríamos reconocer puesto que carecemos de la referencia necesaria para discernir la luz. Si fuéramos capaces realmente de ver lo luminoso este nos devolvería a la ceguera con su resplandor. El día sería la modalidad de la noche donde estamos. De modo que, concluyendo, el no saber donde estamos es exactamente nuestro forma de localización y la propia de de esta obra. Por todo ello, el artista dice estar en el proceso, algo in.-acabado pero que se suministra de una ética incapaz de asumir la imposibilidad de lo mejor como algo ya dado.
No hay noche alguna ni metáfora necesaria para la actividad creadora. Sólo esto que transcurre y somos nosotros haciéndonos e interpretándonos [produciendo sentido].
Alfredo Rubio Díaz.