Lo común y la tematización de sus lugares potenciales.
Revista Archipielago num. 77-78, titulado, “EL PROCOMÚN O LA REAPROPIACIÓN PÚBLICA DE LO PÚBLICO”. Autor: Alfredo Rubio, Rizoma (con la colaboración de Rafael Reinoso, Eduardo Serrano y Jose Maria Romero.)
Pretendemos adentrarnos en lo que el territorio y la ciudad puedan tener de procomún, en el sentido de aquello que es o pueda ser posibilitante del nosotros. Al hacerlo no hemos podido evitar pensar que pueda ser lo común y con ello hacernos ciertas preguntas: ¿se refiere lo común a algo esencial y previo. Algo inmanente, que se vuelve trascendental, y que nos sirve para definir la condición humana?. Algo preexistente que ha sido paulatina y sistemáticamente destruido y/o deconstruido (fundamentalmente) por el capitalismo y que convendría literalmente “reconstruir”. ¿Qué es exactamente ese algo previo sobre cuya pérdida nos lamentamos? La respuesta es difícil podemos pensar en cualquier caso que lo común no es lo dado, ni lo que haya que dejar tal como ha llegado hasta hoy, por lo menos en nuestras latitudes, sino que hay que reflexionarlo, inventarlo y construirlo frente a la soberanía de lo individual como “capacidad de complicarse en un mundo común” .
Algunos de nosotros creemos que cabe la posibilidad de enunciar lo común a partir de ciertos “elementos” y hechos objetivos: consideramos como premisa el hecho de ser productores de artificialidad, lo cual no remite inequívocamente al territorio sino a la cultura. Y la artificialidad se explica como instrumento de lucha contra la adversidad del ecosistema con el objetivo de la certidumbre. La mejor explicación que conocemos de este asunto fue la que hizo J. Ortega y Gasset, precisamente para oponerse a M. Heidegger en el asunto del “bauen”. Lo nuestro es la artificialidad que abarca todos los contenidos de lo que somos, fuimos y seremos, como extrañados que somos, fuimos y seremos. No podemos regresar al lugar donde estábamos antes del extrañamiento.
Incluso la apelación a una nueva naturaleza (a la construcción de una nueva naturaleza) nos parece improbable. Lo explicamos: la demanda de una nueva naturaleza, y lo entendemos en el sentido de producir una nueva naturaleza desde una nueva naturaleza humana, la hacemos desde la artificialidad guiada ahora por el temor. Con ello la naturaleza (el ecosistema) sigue siendo entendida como pasiva y nunca como actora autónoma. Por tanto, seguimos en el mismo problema que se plantea en el encuentro disciplinar entre historiadores medioambientales y geógrafos culturales, que no podrán reconciliar sus posturas hasta que no encuentren un nuevo lenguaje capaz de describir la naturaleza como ambas cosas: una actora real en la historia de la humanidad y un objeto socialmente construido dentro de esa historia. Añadiremos, para hacernos entender mejor, que la naturaleza que tiene su propio dinamismo también responde a cada una de las transformaciones introducidas socialmente.
La artificialidad es un proceso (histórico) que abarca todos los contenidos y formas del hacer humano. Al ser un proceso podríamos pensar que tiene alguna meta, una finalidad, un sentido preciso. Sin embargo, parece claro, aunque habría que profundizar, que no existen ni meta, ni finalidad, ni sentido. Tampoco origen. Que el proceso implícito de la artificialidad es indeterminista (también abierto) y no decimos dinámico porque para nosotros ya está implícito en la idea de proceso.
Esto tiene su aplicación en el territorio físico con la evidencia de las crisis medioambientales a gran y pequeña escala con la desaparición progresiva de cualquier espacio donde sea posible la autonomía, de lo cual es ejemplo la tematización turística de los territorios y lugares de las ciudades llamados históricos y de la mayoría de los “espacios naturales”. La Geografía de la tematización turística se refiere a la conversión de un lugar en destino turístico, con independencia de la escala, mediante la aplicación de un sistema (y de una sistemática) compuesto por todo tipo de elementos relacionados: paisajes, lugares, ámbitos, calles, hitos, ejes de relación, sistemas hosteleros, hoteleros y sistemas comerciales, cultura y sistema de los equipamientos culturales, procesos de reurbanización, infraestructuras (aparcamientos), gentrificación, procedimientos de vigilancia, materiales de comunicación y marketing y un largo etcétera de cuestiones que acaban por definir y concretar un territorio (hiper)especializado y segregado del resto que, sin embargo, en múltiples ocasiones adquiere funciones precisas de imagen corporativa.
Tomamos dos ejemplos de distinto signo, entre los múltiples posibles: la propuesta de Europan para las riberas del río Duero en la ciudad de Soria y la evolución del Núcleo histórico de Málaga. Entre otras muchas cosas, el primero es una expresión clara de cómo ha quedado fijada una razón tematizadora en los campos de la Arquitectura y la Urbanística. Por su parte, en el segundo de los casos que proponemos, se ha procedido selectivamente y mediante fases sucesivas a su conversión en destino turístico y la tendencia parece encaminarse a la conformación de un espacio museístico global, tanto en si mismo (megamuseo), como en la disposición de varios museos como piezas nodo singulares que conformarán un sistema.
En la ciudad castellana Europan propone para su conocido concurso como área de proyecto el territorio comprendido desde la presa de la fábrica de harinas hasta San Saturio. Para quien no conozca este territorio señalaremos que, a grandes razgos, se trata de la intervención en las riberas del río a su paso por la pequeña ciudad. Su calidad ambiental y paisajística es de tal dimensión que hace falta realmente ser poeta para reflejar la atmósfera que allí reina, consecuencia de entrecruzamientos diversos: desde los trabajos del rio a todos aquellos que ha hecho el hombre, con decisivo aporte templario en San Juan de Baños o en San Polo, previsiblemente un antiguo monasterio, junto con el aprovechamiento de su energía para usos industriales y de abastecimiento y los puentes, pues, en realidad, tambien está allí el rio Golmayo.
Por decirlo de algún modo, son los paisajes de los recorridos de A. Machado que quedaron en sus poemas, también de Gerardo Diego y de Dionisio Ridruejo y de otros poetas mas cercanos en el tiempo. Pocas veces, el deambular por la ribera de un rio, especialmente si hacemos el camino desde el claustro de San Juan hasta San Saturio, o tumbarse bajo el arbolado del sotoplaya, alcanza unas significaciones tan profundas y serenas.
Visitantes asíduos de estas riberas no hemos percibido ninguno problema significativo. Tan sólo hemos notado la ausencia de aglomeraciones de visitantes, la serenidad del paseo calmo, a veces con el sonido de las hojas de los árboles mecidas por el viento; el majestuoso paso de una cigueña, siguiendo las curvas del rio como senda, a la caida del sol; la belleza de lo no homologado, incluidos sus posibles defectos. La ausencia de todas esas presencias que acaban por agotarnos en cualesquiera ciudades turísticas (centros de interpretación, dispensadores de agua mineral y cocacolas, restaurante tradicional, puntos de venta de artesanía y un larguísimo etcétera). Por el contrario, si hemos visto sorianos que pasean, hacen deporte o meditan, incluso algunos llevan libros. Gentes de todas las edades y condiciones que usan aquellos caminos, puentes y veredas con familiaridad notable aun cuando para ser precisos nos dicen que ha dejado de tener el uso social intensivo que tuvo en el pasado reciente. Aquí, como en tantos otros lugares amenazados, un informe técnico sensible con el lugar no puede ser otra cosa que un discurso desde la razón poética que niega el arte de obtener rentas y fundamenta el derecho ciudadano a la atmósfera.
Según los redactores el rió ha quedado aislado del desarrollo de la ciudad, que atribuyen a que se localiza en su área mas marginal, lo que como mínimo resulta tendencioso pues se confunde barrio popular con barrio marginal. Sin embargo, ignorantes reales o cínicos ante lo evidente, definen como primer objetivo del proyecto la “recuperación e incorporación a la vida de los ciudadanos tanto del barrio colindante, como del espacio natural ocupado por el río, abordando la problemática siguiendo una línea de reflexión a escala urbana”. Después sigue todo ese discurso habitual que traba ciertos conceptos: sostenibilidad, articulación, conexión, funcionalidad, revitalización e implementación de nuevos usos para “revitalizar y ampliar la diversidad de la vida social del barrio del río” .
Obviamente, el lenguaje técnico y el aparente interés por la vida ciudadana y sus sedes posibles sirven para ocultar el verdadero asunto de fondo. Sin que por ello el texto, con la precipitación y la despreocupación habituales, no deje de referirse al “ espacio natural ocupado por el río”(?). Se confirma que estamos ante el cuadro de mandos previo a la tematización si enumeramos las “posibles” veinte intervenciones y “puestas en valor” que se proponen: “recuperaciones” de San Polo, El Molinete, los lavaderos, creación de un centro multiusos (lúdico, deportivo y cultural), rutas y Museo del Agua, entre otras.
Soria es un primer ejemplo de como la razón tematizadora ha acabado por ocupar incluso a quienes tienen que definir los programas de los concursos y prefigura el futuro de la ribera. Con tales mimbres no cabe que los participantes se atrevan a romper el esquematismo tematizador buscando fisuras y lugares desde donde aplicar la imaginación para un proyecto bien distinto. Cualquier proyecto urbano, de la escala que sea, debe, además de responder a la demanda que lo origina, dar una respuesta razonable con el lugar y con los lugares. Es decir, proyectar mal una calle, colocar incorrectamente un puente, orientar mal la futura edificación, olvidar la topografía, la geología, el clima o la atmósfera puede crear incomodidades, marginalizar sectores y gentes, despilfarrar energía, subvertir la lógica de los lugares con sobrecostos innecesarios o simplemente hacerlos desaparecer para siempre. Las intervenciones relacionadas con la tematización asumen un riesgo cierto: actuar como destructoras de un intangible que exigiría una cuidadosísima y humilde postura (proyectual) frente a la impostura del creer que todo puede ser mejorado y que necesariamente debe serlo. En este, como tantos otros casos, ese intangible es la atmósfera del silencio.
Por su parte, en el Núcleo histórico de Málaga la “recuperación” ha sido un proceso lento. Inicialmente, y hasta fechas muy recientes, no fue lugar de recepción del inmenso flujo turístico de la Costa del Sol Occidental. Era dificil contemplar en sus calles grupos de turistas. Mas tarde, el Núcleo histórico, coincidente con la trama consolidada de la madina musulmana, contrajo todas las enfermedades que han sido tipologizadas por la bibliografia especializada entrando en una fase de profundo deterioro físico y funcional, apoyado desde mediados de los años ochenta por su ocupación por la “movida urbana”. Un proceso que hemos estudiado desde fines de los años setenta y que reflejaba, tal cual ahora lo hace en su proceso de tematización turística, patrones urbanos generales.
Todo ello ocurría en el contexto de un cierto consenso social sobre la ausencia de una herencia valorable en aquellos tejidos urbanos e inmuebles. La llegada de recursos europeos, la disponibilidad de una mayor información sobre el pasado urbano, producida con la mejor intención, visualizó sus posibilidades: se iniciaron ciertas intervenciones, se concretaron líneas de financiación para la rehabilitación y, fundamentalmente, teniendo en cuenta la circunstancia del nacimiento de Picasso, las expectativas de la localización del Museo Picasso en la calle San Agustín, hicieron emerger la realidad de las inversiones especulativas que habían acompañado su deterioro.
A partir de 1996 el panorama y las expectativas eran ya bien distintas. Finalmente, la reurbanización de la emblemática calle Larios, la efectiva entrada en funcionamiento del Museo, la viabilidad de la ordenanza hotelera definida en el artículo 12.4.2. del Plan General Municipal de Ordenación Urbanística (1998) , la deslocalización de la movida urbana y ciertos cambios territoriales y sociales han cambiado las tendencias afianzando la tematización. Desde hace algunos años la calle Larios desempeña funciones de imagen global de la propia ciudad y es sede casi permanente de todo tipo de eventos, incluyéndose en tales actividades la Plaza de la Constitución, y desde ella se están difundiendo reurbanización y tematización. El objetivo final nos parece inconmensurable: que el propio Núcleo sea un megamuseo, tal y como ha propuesto el II Plan Estratégico de Málaga.
La Plaza de la Flores, recientemente reurbanizada, es un ejemplo perfecto de los resultados de la tematización. Se trata de un espacio residual de la intervención que condujo a la construcción de la calle Larios en el siglo XIX, reformulado en la postguerra, y reurbanizado hace muy poco tiempo. El proyecto parece plantearse como una duplica metafórica del patio de los naranjos de la mezquita aljama, con suelos diseñados a partir de una modelización matemática de los ladrillos modulares nazaries de la Alhambra, sobre los que se situan verdaderos ejemplares de naranjos, dispuestos en filas ordenadas en el centro y salvaguardando algunas plataneras procedentes del anterior ajardinamiento. Una fuente, adosada a la trasera de la Iglesia de la Concepción, con fachada principal a la calle Nueva, introduce los rumores del agua. Por su disposición, entre edificios elevados, en ocasiones las traseras de algunos de la calle Larios, la plaza está protegida de los ruidos urbanos. El resultado: un espacio de serenidad donde, en su momento, los naranjos reflejarán las estaciones y el agua introducirá sus matices en el paisaje sonoro resultante. En la noche, la iluminación cenital contribuye a una cierta escenografía casi fantástica. Sin embargo, la plaza carece de bancos y sólo es posible permanecer en ella de pie o sentado en las terrazas de los establecimiento hosteleros que colonizan una parte sustancial de la plaza. Ha perdido sus potenciales: desde su carácter estático y tránquilo, de pausa en el discurrir callejero, a la posibilidad del bullicio del encuentro multitudinario en algún evento.
En un sentido general se trata de entender la tematización, aunque mas exacto sería referirnos a las tematizaciones, como síntoma de un proceso de mercantilización de profundidad impensable por cuanto afecta a las formas de relación e interacción social, a los modos individuales de insertarse o no en las dinámicas sociales y, en definitiva, a las formas y la posibilidad misma de la experiencia. Lo social es irresoluble sin sede. Justamente lo que viene ocurriendo es precisamente la lenta disolución de cualquier posibilidad de existencia de sedes para la interacción social. Por sedes no puede entenderse otra cosa que “lugares”, “territorios” y arquitecturas (puros contenedores y contenedores puros) donde la territorialidad necesaria de lo social pueda hacerse efectiva.
Para el Núcleo histórico se ha construido un relato donador de sentido que incluye hitos, nodos, lugares, inmuebles y hasta atmósferas significativas, que deben ser tratadas como producto. Esto significa fundamentalmente distintos tipos de intervenciones urbanísticas, arquitectónicas y prácticas discursivas (centros de interpretación, publicidad institucional…) y de conexión e inserción con los agentes económicos del turismo mientras paulatinamente se expulsa a la población y se consigue seducir al conjunto de la ciudadanía.
Todo ello actuando conjuntamente provoca diversos resultados: exactamente un ocultamiento del proceso histórico a pesar del aparente desvelamiento que se deduce de los centros de interpretación y del mundo de la señalética que invade los tejidos urbanos y de las rutas planificadas. Este hecho se ha plasmado en el Núcleo en el olvido de su verdadera singularidad: ser sede y centralidad de una ciudad industrial decimonónica. Este hecho explica la ausencia de un patrimonio viejo, debido al peso de la reforma interior, en ocasiones consecuencia de episodios revolucionarios, y visualiza el Núcleo histórico como una expresión singular de lo que fue la innovación decimonónica. Ese es justamente su tema paradójicamente “olvidado”.
Como es sabido está incluyendo algo mas de todo aquello que se muestra por si mismo. Incluye y apela a lo escondido, lo velado, lo oculto. De donde, el paisaje no se penetra desde sus manifestaciones formales. La ciudad no habla , tampoco su paisaje. Aquellas sólo se describen en un texto literario; se congelan en la fotografía, se seleccionan en la cartografía o se filman o graban con las cámaras, donde lo nuevo será su capacidad de mostrar el movimiento. La interpretación queda formulada como un puro cuento, revestido de historicismo y de apelaciones a la etnicidad, que sirve para ocultar la tensión y el dramatismo del proceso histórico, tal y como sucedió en Málaga.
Este proceso no es resultado exclusivo de la calculabilidad de los agentes locales, y no es inevitable. Supone el “nexo entre la globalización capitalista, los desarrollos político-económicos locales y la evolución de los significados culturales y los valores estéticos” (Harvey, D., 2.000: 418) . Por tanto, caben otros enfoques, incluso desde la lógica mercantil que subyace. Las estrategias pueden ser otras, mas complejas por diversas; mas matizadas, mas sensibles por desvinculadas del “todo vale” (todo es potencialmente una mercancía).
Finalmente, lo que rodea a los turistas es pura banalidad: su mirada, la senda que recorren y sus hitos están fabricados y, en ese sentido, al menos parcialmente su mirada es la de otro. Carece de memoria, de recuerdos y, si los tienen, serán los de las imágenes de la propaganda turística en sus múltiples soportes. Todo él transporta una decisión exterior: dónde ir y por dónde ir (la elección del turista sobre las distintas posibilidades que brindan los “paquetes turísticos”); qué mirar y cómo mirar. El turista transporte una memoria, que contiene los textos de las guías y sus cartografías. En ese sentido, su mirada no es inocente. Tiene depositadas múltiples capas, precisamente las que le hacen ir a ver . Una mirada interesada. No puede haber asombro en la mirada fabricada (construida a partir de imágenes, metáforas y allodoxias) sólo consumo.
Pero tampoco es muy distintas la situación del ciudadano local en el seno de los espacios tematizados, sólo tiene algunas posibilidades: se convierte en figurante de un escenario que le es (era) propio y ve desaparecer vía homologación y homogenización (la puesta en valor) todo tipo de lugares, calles, nodos, ámbitos y atmósferas donde le era posible, al menos en ciertos casos, la afectividad de los recuerdos, las relaciones sociales no intermediadas por lo mercantil y el puro estar en la calle con su incertidumbre.
El camino transitado con los recuerdos, muchas veces múltiples, precisamente lo que otorga espacio/tiempo, deviene imposible en estos paisajes de sustitución que simulan la ciudad. Como se habrá comprendido nos referimos a sus sutiles lazos que ligan lugares y personas a través de las topofilias y topofobias. El ciudadano local puede ser desalojado de la posesión de una memoria histórica completa (no banalizada), sustituida por la producida, lo que le convierte objetivamente en turista de su propia ciudad y presa fácil de la etnicidad.
La tematización se comporta como sistema pero requiere una mirada monográfica sobre lo micro y sobre la red casi inmaterial que forma: desde una calle o plaza que se ha reurbanizado a la disposición de los establecimientos hoteleros; desde la desaparición de los comercios tradicionales, sustituidos por el complejo mundo de las tiendas de prestigio y franquiciadas, a la agonía de los cafés tradicionales, las tabernas y los bares. Todo ello conforma una posible cartografía donde lo ciudadano (la posibilidad del nosotros) no tiene lugar. Frente a eso la experimentación social propone -y puede proponer, no sin dificultades y con pocas posibilidades de alcanzar algún éxito, en un contexto donde sus fuerzas son escasas, la crítica de los espacios tematizados, algún análisis que avise sobre el contenido insaciable de la tematización turística y los sectores económicos que la apoyan, y, sin duda, opone ciertas formas concretas de autoorganización donde lo común pueda tal vez expandirse, como viene sucediendo en el Ateneu Candela (Terrassa), el centro social Atreu (A Coruña) o la reciente Casa Invisible (Málaga), lugares de confluencia de los múltiples deseos de los singulares, las ningunidades, los invisibles y cualesquiera otras categorías existentes en lo metropolitano. Su creatividad se opone, incluso sin saberlo, a la ciudad tematizada, donde lo histórico es sólo un destino donde “pasar el rato”.
Este texto para la revista Archipielago ha sido redactado por Alfredo Rubio.. Rizoma (http://www.rizoma.org) es una laboratorio de ideas intermitentes, una multitud difusa y sin límites, aunque localizada en el área geopolítica del Estrecho. Se formó a mediados de los años noventa en Málaga. En su redacción han colaborado Eduardo Serrano, José María Romero y Rafael Reinoso.