Oct 022010
 

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Citación:

Fernández-Valderrama, L., Rubio Díaz, A., Reinoso Bellido, R. “Espacio doméstico, público y Fiesta en Andalucía”. Revista Neutra 16 (2007): 52-57. Print.

Articulo escrito en 2007 en el que se estudia la transformacion del espacio publico y privado gracias a la fiesta. Este articulo sigue siendo una referencia para actuales trabajos del grupo.

RESUMEN:

Si algo caracteriza a la contemporaneidad es la capacidad que tenemos como sujetos de ser creadores de microesferas de privacidad; como explica Sloterdijk, invadimos o atravesamos los espacios destinados al encuentro de la colectividad insertos en microesferas mentales, muchas veces auditivas (mp3, móviles…) impermeables a la mayoría de los pequeños sucesos que nos podrían afectar. Nos hemos convertido en especialistas en la construcción de espacios privados. Si bien a principios del XX descubríamos el proyecto de lo doméstico como propio de nuestra disciplina, hoy, el gran reto de la contemporaneidad es la incorporación a la arquitectura del proyecto alternativo hasta ahora ausente: el espacio público. Sin embargo no podemos pensar el espacio público como algo diferente a lo doméstico y es la fiesta, como acontecimiento capaz de invadir todos los resquicios de la ciudad, uno de los momentos que desvelan las complejidades inherentes a ambos campos además de los límites y relaciones entre ellos. Este artículo ahonda sobre esta dualidad y en sus posibilidades para el proyecto contemporáneo.

La fiesta es un fenómeno global que remite a un mundo -el construido y habitado por los participantes-. Un mundo donde éstos celebran la continuidad de si mismos como relación y vinculo; de aquello que es como lo posible. Poco importa aquí y ahora el origen rural o urbano de la fiesta pues, en nuestra cultura, una vez constituida la ciudad, más aún cuando se trató de la ciudad democrática, la fiesta aparece como institución urbana relevante .

Pero hablamos de tres “mundos” (la fiesta, lo doméstico y lo público) cuyo acceso supone un esfuerzo y un espacio para escribir del que no disponemos. Y lo señalamos pues se insertan, literalmente, tres vectores evolucionando pero con muchas posibilidades de ser reflejo de cambios sociales altamente complejos que también requerirían una explicación o una concreción. Coinciden la evolución de lo festivo, los cambios en las tipologías del hábitat (las viviendas y sus tipologías), que incluyen las relaciones a-dentro y a-fuera y, finalmente, las transformaciones del (y en) llamado espacio público, cuya genealogía merecería la pena hacer. Sin embargo, al menos provisionalmente, podríamos concebir estas relaciones problemáticas como emergencias de un nuevo escenario, donde el espacio de la fiesta está siendo ocultado, sin una significativa resistencia social, por el del espectáculo .

El espacio doméstico se ha venido caracterizando, una vez que fue concebido como hoy lo entendemos o lo hemos venido entendiendo en el siglo XIX (el programa de la vivienda burguesa), por una evolución general de sus patrones tipológicos que han sido o no -como se refleja en los esquemas- posibilitantes de la fiesta, en alguna escala de las que también podemos utilizar para referirnos a la sociedad, con la referencia fundamental a las redes sociales que posibilitan las interacciones y la seguridad ontológica de los ciudadanos. Nos referimos a aquellas tipologías, tan abundantes en Andalucía, que resolvían lo escaso de las dotaciones superficiales para cada familia con la posibilidad efectiva de hacer frente a la mayoría de los quehaceres cotidianos en el patio (los espacios comunes). Tipologías sólo simples a primera vista pero realmente muy complejas, como los patios de vecinos o los corralones .

En ellos las posibilidades de vinculación con el espacio público eran múltiples en la relación patio/calle. En líneas generales se trataba de una relación poco precisa, casi difusa. Conocemos abundantes casos en que esa relación comprende la secuencia calle/zaguán1/patio/zaguán2/calle donde podía complicarse con una secuencia de patios sucesivos, de modo que nos encontramos ante un espacio que también desempeñaba potencialmente funciones de paso, como sucedía en los desaparecidos barrios malagueños de la Trinidad y el Perchel.

La fiesta aparece como agente activador del espacio público y desestabilizador del espacio doméstico, rompiendo sus límites, abriéndolo o disolviéndolo en el espacio público. Pero además, en muchos barrios de Andalucía, tipologías como estas, pero también las viviendas unifamiliares y plurifamiliares medianeras asentadas en tramas adecuadas, permitían también la ocupación de la calle como espacio para ciertos usos cotidianos -incluso constantes- y la fiesta (véase esquema de la Barceloneta). Por tanto, encontramos una notable indiferenciación y una evidente ambigüedad que se ampliaba en los momentos puntuales de la fiesta, a veces trasladada desde el mundo rural e reinterpretada en el urbano en una secuencia temporal inagotable que ha llegado hasta nuestros días en algunas ciudades de Andalucía, como reflejan los esquemas iniciales.

El patio era y sigue siendo en algunos casos un espacio de usos y de múltiples posibilidades para las interacciones sociales de muy alta complejidad y densidad significativa y lugar por antonomasia de la fiesta, espontánea o reglada. Se observa todavía en Los Patios de Córdoba y las Cruces de Mayo de Granada o Sevilla. Estuvo vivo hasta fechas recientes en los pequeños corpus, como el Corpus de La Trinidad en Málaga, y en ciertos días navideños en Jerez, como las “zambombás”, reuniones flamencas celebradas en los patios, casas de vecinos normalmente.

La disolución de estos ámbitos, donde la indiferenciación doméstico/público ha sido constatada permanentemente por la investigación aplicada, significó también su desaparición como ámbitos identitarios. Lo identitario es un asunto difícil pero, para nuestros intereses, nos referimos a identidades no conscientes sino simplemente actuantes , es decir, no racionalizadas y elevadas a la categoría de tales (la conciencia de…). Su desaparición programada, unida a las tipologías de habitación dominantes ya en el siglo XX, desde las tipologías anteriores al Movimiento a las triunfantes del Funcionalismo, combinada con los cambios sociales, imposibilitan tanto social como espacialmente los viejos modelos de las fiestas de corralón, calle y barrio. De este modo, se hace difícil encontrar la fiesta en la mayoría de los barrios surgidos ex novo y proliferantes en las tramas de nuestras ciudades.

Los propios espacios imposibilitan la fiesta en estas escalas: el patio o los espacios comunes de las viviendas plurifamiliares en altura; la rígida caracterización funcional y física de los espacios exteriores (mas que públicos destinados a la circulación y el aparcamiento) no inducen a la construcción de lo común posibilitante de lo social. La interacción social cotidiana queda casi imposibilitada, carece de sede posibilitante. En este sentido, la inacción profesional competente en el proyecto del espacio contemporáneo, de manera muy especial en el proyecto del espacio intermedio, se acopla complacientemente con la ausencia de demanda social sobre las condiciones de ese espacio no doméstico o privado.

Sin embargo, no cabe atribuir toda la problemática a las condiciones físicas: nuevos considerandos sociales hacen imposible la interacción e incluso trabajan por evitar cualquier ocupación de los espacios comunes. Se aspira al aislamiento, a la ausencia de ruido de fondo.

Por su parte, el espacio público, literalmente de otro (del orden, de alguna modalidad del poder), es problemático. Las más de las veces inventado pues, a nuestro pesar, resulta difícil pensar, describir su funcionamiento antes de la ciudad decimonónica. Es allí, entonces, cuando -sin olvidar el importante asunto de la ciudad barroca- se inventa el espacio público en el contexto del inicio de la sociedad disciplinaria. Acaso sea la plaza de toros el primer ejemplo relevante de una estrategia de normalización del espacio público. Las fiestas callejeras de toros y con toros, de las que apenas quedan vestigios en Andalucía (Grazalema), son eliminadas de calles y plazas y trasladadas a un nuevo equipamiento urbano: la plaza de toros construida ad hoc, donde todos los aspectos, formas y contenidos de “la fiesta” quedan sometidos a norma.

Sin embargo, la más notable transformación del espacio público es precisamente su lenta conversión en espacio regulado y sustraído al potencial de lo social, al menos hasta ciertos límites. Pero, junto a la normalización acentuada de los espacios públicos, también privatizados, estetificados y tematizados, y la proliferación de los elementos que lo conforman, ocurre una utilización como de segundo grado, en el sentido de su uso mas allá de la fiesta, pero conteniendo signos alusivos a la misma. Es el momento en que la fiesta ha pasado a ser cuestión de gestión pública, lo que la convierte directa e inequívocamente en espectáculo. Éste se especifica en ciertos lugares adecuados: en plazas, calles, bordes litorales, palacios de congresos, parques, palacios de deportes, recintos acotados (recintos feriales, botellodromos, etc.) y hasta en lugares del tipo terrain vague. O se difuminan y/o difunden casi en una dimensión micro: dispersión de pequeños escenarios en un territorio urbano acotado, pretendiendo producir una sensación de diversidad y diferencia. Los ejemplos en Andalucía son incontables e incluso alcanzan “celebraciones” tan especificas como la Semana Santa, donde la regulación forma parte del realzar la espectacularidad.

Esta “fiesta” gestionada (espectáculo) forma parte indisoluble de un proceso, cada vez mas generalizado, consistente en atribuir a la ciudad contenidos o valor de sujeto, de cuyos atributos se supone que deben participar los ciudadanos incluso con entusiasmo. Este proceso da lugar a una lenta pero inexorable pérdida del sentido de pertenencia a lo concreto (el barrio) para pasar a constituirse en un referente abstracto.

Con independencia de otras escalas de análisis lo metropolitano desplaza, pero no elimina, las relaciones entre centros y periferias. Tras la división técnica y social de sus territorios, se acentúa una reorganización polarizada alrededor de los puntos o núcleos fuertes de la malla territorial, pues se ha procedido a una potenciación de las dinámicas de policentrismo o descentralización basadas en la promoción y consolidación de áreas de nueva centralidad, o áreas dinamizadoras o centros direccionales que trazan la articulación de un conjunto metropolitano cuya estructura espacial sigue pivotando, sin embargo, alrededor de su ámbito central. Su agregación por discontinuidad geográfica demanda, en contrapartida, asegurar la accesibilidad y la conectividad. Garantizar la fluidez de los intercambios,

tanto de mercancías, como de personas o informaciones, se convierte así en un requisito imprescindible para la articulación de la metrópoli.

En ese contexto complejo tenemos esos aumentos y descensos de la población en ciertos barrios; cada uno de ellos lo hará en función de su inserción en esta dinámica general y en relación a movimientos internos (intraurbanos) de su población y, por supuesto, la inclusión de los emigrantes, probables autores de la dinámicas de crecimiento de los barrios de vieja construcción, precisamente los que son abandonados por la población local para buscar nuevos emplazamientos mas coherentes con sus imaginarios. En esa nueva urdimbre, habitada por categorías sociales muy diferentes, segmentadas y extrañas entre sí se hace necesario el espectáculo presentado como fiesta y la función de determinados territorios como fundamentadores de una identidad colectiva.

Por tanto, cualquier mirada retrospectiva no tiene mas remedio que dar cuenta de una transformación, acaso de una disolución de la fiesta, de donde cabe la posibilidad de emitir una hipótesis: la disolución paralela de la sociedad misma, la única capaz de inventar, instituir y poner en marcha su propia celebración. Sin embargo, parece impensable una clausura de la capacidad social de invención; carecemos de bases empíricas y prospectivas suficientes para negar los potenciales de invención de la sociedad en un panorama marcado por la incertidumbre, pero también de emergencia de nuevas formas de vida, de nuevas agregaciones vivenciales, de formas inéditas de movilización y de auto-organización social. Ejemplos de estas invenciones se están labrando en los mundos sociales más opacos de las ciudades de Andalucía; probablemente en la oscuridad de lo indecible que mora en cada ciudad. La creatividad social no descansa y lo demuestra algún experimento con éxito, como la Batalla Naval de Vallecas, consistente en una guerra de agua colectiva de todos contra todos con el fin de celebrar la independencia del barrio y la proclamación de Vallecas como Puerto de Mar. Surgida en 1982 con el impulso de colectivos del barrio tiene ya veinticinco años .

Esta creatividad social debería impregnar las nuevas tipologías domésticas aprendiendo tal vez de relaciones construidas en el XIX de mayor complejidad social. Si bien lo proyectual no se convierte en garantía de la construcción de lo social, debería ser una obligación, por lo menos su provocación desde nuevas propuestas donde la relación público-doméstico se realice de una manera más compleja y rica en la definición de sus atributos, sobre todo de los espacios intermedios, posibilitantes de lo doméstico en cuanto constructores de privacidad y constituyentes de lo público por su posibilidad de convertirse en espacios, por ejemplo, de la complicidad (valorados por la normativa de la mayoría de nuestras ciudades en cuanto al cómputo de la edificabilidad siempre que conserven esa carácter ambiguo que asegure más un uso colectivo que una segura futura privatización).

Porqué no utilizar entonces la fiesta como motor de una futura propuesta de nueva domesticidad, como parte de una apuesta que la fiesta nos sugiere para el proyecto, cohabitando el espacio privado con el intermedio: espacios domésticos ligados a los lugares de celebración de los rituales sociales, redefiniciones de nuevas comunidades cualificadas por su posibilidad de ser sede para la fiesta y por tanto para la identidad de lo colectivo. Aprovechemos la necesaria transformación a los que los nuevos movimientos sociales nos invitan, sobre todo en nuestras periferias urbanas, para reinventar nuestra domesticidad, ahora tal vez más compleja. Y dejemos que estos nuevos inventos contaminen nuestras viejas y nuevas centralidades urbanas, necesitadas de nuevos modelos o ingenios de regeneración.

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Esquema 1: EL ECOSISTEMA FIESTA.

La fiesta es una atmósfera, con un tiempo y un espacio, a través del cual la sociedad se reproduce, celebrándose en el marco de una notable ambigüedad. Se pone en cuestión el orden que regula la sociedad o la comunidad por un tiempo limitado, acotado, con sus riesgos, ambivalencias y múltiples posibilidades de ir más allá de la inversión —pautada, acordada en el imaginario colectivo— del orden social, si los participantes, o un exterior, no controlan ciertos límites. A la vez, la comunidad, hoy tal vez disuelta en el individualismo de masas, puede encontrarse consigo misma y superar los límites impuestos o autoimpuestos. En la Fiesta, localizada en el borde, se contiene el peligro del desbordamiento, de ir más allá de lo permitido.

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Esquema 2: EL ESPACIO-TIEMPO DE LA FIESTA

El vector t1 a t2: representa el tiempo lineal (histórico, de la producción, social, reversible/irreversible…). Ninguna fiesta puede ser al margen de un lugar, de un territorio, sin una sede. La Fiesta rompe otros tiempos sociales para afirmarlos [p confirmarlos]. Sin embargo, la ruptura temporal que implica la fiesta no impide el transcurrir del tiempo histórico.

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Esquema 3: EL TIEMPO DE LA FIESTA.

En todo lo que rodea a la Fiesta, estamos ante una fenomenología de las temporalidades muy compleja, llena de contenidos contradictorios. T es un tiempo que parece implicar especialmente “duración”, de ahí que tienda en lo subjetivo a hacerse ilimitado, casi ucrónico: se desea su duración ilimitada, como una aspiración a la eternidad. El tiempo instituido como identitario es el tiempo como tiempo de referencia. Esta dimensión temporal comporta un doble horizonte articulado en torno al esquematismo antes/después, irreversibilidad, escasez de tiempo, movimiento y medida del tiempo. El tiempo instituido como imaginario es el tiempo de la significación, el tiempo significante, el tiempo cualitativo, indeterminado, recurrente, revocable, que alberga el sentido de las causas y consecuencias no-intencionales de la acción racional. El tiempo identitario mantiene con el tiempo imaginario una relación de inherencia recíproca o de implicación circular, que existe siempre entre las dos dimensiones de toda institución social: la dimensión conjuntista-identitaria y la dimensión de la significación.

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Esquema 4: LA SEDE, LA FIESTA COMO LUGAR.

Si la Fiesta es la producción social de tiempo propio, necesariamente se ha de expresar también como producción de un espacio, claramente connotado como lugar (significativo y significante a la vez) pero, acaso, para seguir la senda de lo contradictorio depositado en la Fiesta, no-lugar para aquellos que carecen de vinculación con el grupo que la hace efectiva. Por otra parte, si la Fiesta produce un lugar lo hará siempre como desorganización de otro dado, una organización de otro tipo y sujeta a una temporalidad distinta. Si hay una suspensión del tiempo también la habrá del orden lineal del espacio, como regulación: ocurre con la vivienda y con el espacio público; se expresa en el tumulto. Los lugares de la fiesta están plagados de líneas de fuga y la propia Fiesta podría ser directamente connotada como tal. El conflicto también puede hacerse presente en el espacio; por ser perturbadora se tiende a su eliminación: el lugar desaparece para el ciudadano.

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Esquema 5: LA ATMÓSFERA, EL CUERPO.

Las trayectorias que entran rectas en el espacio-tiempo de la fiesta se refieren siempre a normas, comportamientos, expresión de los valores, formas de interacción simbólicas, formas de interacción del cuerpo (individual) y, también, de los cuerpos de todos. Aquí el transgredir es una de las claves: poner al revés el orden social para confirmarlo como el único posible. Por eso es una atmósfera donde no hay exactamente un centro significativo; justamente lo contrario que en el espectáculo, que tiende al escenario y, en las formas mas elaboradas, a los multiescenarios. Esas trayectorias expresadas en espirales que se encuentran y entrelazan —y se resuelven nuevamente como salidas cuyos contenidos son iguales a los de las entradas, pero sin duda, reforzadas— pueden corresponder a asuntos tales como el cuerpo (con resoluciones muy complejas: desde la danza, la música y el cante, hasta la ruptura de los cánones sexuales, la inversión de los roles sociales de los géneros o el uso de estimulantes) o los saberes (el saber hacer ejemplificado en danzar, cantar, versificar, tocar un instrumento, guisar). En definitiva, un ambiente de éxtasis sin centralidad que tiene significado para quienes lo ponen en marcha y donde no hay representación, tampoco espectadores; donde todos y cada uno puede y hace algo, y donde los gestos son tan importantes como las formas y tienen igual o mas valor que las palabras. Todo es importante, nada está de más, como en cualquier otro ecosistema. En este último sentido, si se pierde un nicho, que es una función, se deteriora la fiesta entera y la comunidad se inscribe en la anomia pues, literalmente, las cosas pueden aparecerse a nosotros como eran (lo formal, como imagen) pero sin contenido.